Peregrinación místico-ferial
Saludos respetuosos y afectivos.
Ir a por un tour místico y toparse con una feria bullanguera y colorida es una sorpresa. Y un descubrimiento. Muy cerca de uno de los sitios más importantes para la religión shintoísta hay ventas de papas fritas, creppes con bananas y crema de leche, procesiones que se refrescan con sake dentro del templo.
Ir de viaje sin planes, sin agenda, sin preparativos suele ser una bendición. Mientras estábamos en Kumamoto supimos de Takachiho, un pueblito unos 70 kilómetros al este que, decían las guías, pertenecía a la ruta mística.

Cerca de Takachiho esta el santuario shintoista Ama no Iwato,
que está cerca de la cueva donde estuvo exiliada la diosa mayor. Pero
no se revela el lugar exacto. Ni tampoco se pregunta mucho sobre eso.
Basta saber que ese lugar puede compararse al Jerusalén de los
cristianos.

Luego,
llegan al templo, se paran frente al altar mayor, tiran unas monedas
como ofrenda para el mantenimiento del santuarios, hacen dos venias, dan
dos palmadas, haces dos venias más y se van. Al frente del sitio donde
la diosa Amaterasu devolvió el sol al mundo.
Luego,
hay que caminar unos metros para descender a un desfiladero, bordeando
el río, para llegar a la gran cueva, aquella donde los otros dioses planificaban la manera de sacar a Amaterasu de su encierro voluntario.
Es una cueva muy grande, el sendero atraviesa una tori
(puerta principal del santuario) y llega hasta un pequeño templo,
oscuro, bajo la roca, un recuerdo de los momentos de penumbra que vivió
el mundo. Pero, de entre los murmullos del río, aún se puede escuchar a
la diosa que habla y a los dioses que ríen, a carcajadas, sin empacho.
Luego de cumplir el rito sencillo, muchos colocan una piedra encima de
otras que fueron dejadas antes, como un tributo de los viajeros, de los
peregrinos. Por ahí se encuentran otros recuerdos como lentes, pulseras y
algunas piedras sobre las que se escribió el nombre del peregrino.
Hay mucho de esto en Latinoamérica. Alrededor de las iglesias, cuando hay peregrinos, todo se repleta de ventas de frituras y de soquetadas inservibles, de amuletos y curas milagrosas. En mi tierra, quien domina la escena es un Cristo crucificado, por acá, cada altar
es diferente y tiene sus propios símbolos, sus particulares artículos
sagrados. En mi tierra hay un solo dios, en esta hay como ocho millones.
La verdad
es que me esperaba algo diferente. Debe ser por mi formación cristiana
que pensaba en un lugar en donde, tras algo de oración y mucho de
recuerdo de las enseñanzas podría levitar y destilar olor a santidad. Pero el misticismo no es así en Japón, me atrevo a decir que en el Asia.

Espero
algún momento tener más claro este aspecto de la vida japonesa y
enseguida lo compartiré con ustedes. Mientras tanto, si pueden darse un
salto por Takachiho háganlo, lo único que les puedo asegurar es que no habrán perdido el tiempo.
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