Koyasan está dos pasos más cerca del cielo
Les saludo con cariño y, como viene el tema, con harta espiritualidad.
Lo que nos llevó a Koyasan fue la inquietud de posar los pies sobre uno de los sitios sagrados más importantes del budismo. Pero también un deseo de dejar que el alma sea acariciada por los recintos en los cuales se reparte a manos llenas la espiritualidad, sonreír desde el corazón, como dice Roberto Chato.
Sucedió, además, que coincidió esta visita con la semana de celebración de la fundación de este complejo religioso y, al mismo tiempo, de la creación de la secta shingon que practica el budismo esotérico. ¿Cuántos años desde la fundación? No muchos, mil doscientos (¡1.200!).
La península de Kii está ubicada en el sur de la isla mayor de Japón, al este de Kioto. Es, este enorme territorio de 1.137 hectáreas, Patrimonio de la Humanidad en la categoría de Sitios Sagrados y Rutas de Peregrinación.
Los nipones creen, en principio, que sobre estas tierras la diosa Amaterasu fundó Japón hace más de 2.600 años y, como es su caso, la creación de una organización nacional está atada con cuerdas irrompibles al más profundo concepto religioso del país.
De manera que ir a un complejo de semejante trascendencia es excepcional. Más si Koyasan es el principal centro de budismo esotérico fuera del Tíbet.
Los japoneses les dan a ciertas montañas el apelativo de “san” (que significa señor o señora) como una señal de respeto. Así, es nombrado Fujisan ese maravilloso coloso cónico, y la montaña Koya, Koyasan. Este sitio sedujo al espíritu místico de Kobo Daishi (conocido como Kukai), el hijo de una familia acomodada de Kioto que trastocó la historia religiosa del Japón.
“Yo, el discípulo Kukai, movido por un impulso interior, he pensado todo el tiempo en volver al origen. Como no conocía el camino grité más de una vez parado en la encrucijada. Sin embargo, mi deseo sincero se cumplió. Encontré éste que es el enfoque budista esotérico. Empecé a leer (el Sutra de Mahavairóchana) sólo para darme cuenta que no lo podía entender. Entonces quise visitar China”, escribió.
Más allá del mar de Japón encontró a su maestro quien le reveló todos los secretos. Kobo Daishi era un hombre santo y no tardó en estar listo para volver a su país con la misión de predicar el budismo esotérico. El monje pronto contó con el auspicio de la corte imperial pero eso no provocó que desconociera una realidad curiosa.
Había, básicamente, dos ramas principales de budismo: aquellos funcionarios religiosos que de alguna manera se habían convertido en burócratas espirituales, que vivían -y de alguna manera gozaban- del oropel imperial; y, también había quienes se llamaba “religiosos particulares”, ascetas cuya tarea se centraba en adivinar y diseminar el budismo (en un territorio en el que convivían con el shintoísmo en armonía) y que andaban libres por las montañas, ese era un ambiente conveniente para sus meditaciones.
Kobo Daishi (llamado Kukai) logró un punto de equilibrio. Dejó escrito que “De acuerdo con los sutras de la meditación, ésta debería practicarse de preferencia en una zona plana en el corazón de las montañas. Cuando era joven, yo, Kukai, solía caminar por espacios montañosos (…) hay un lugar abierto y silencioso llamado Koya (…) alrededor hay picos muy altos en las cuatro direcciones. No hay caminos hechos por el hombre, ni siquiera senderos. Ahí me gustaría (…) construir un monasterio para la práctica de la meditación, para beneficio de la nación y de aquellos que deseen adoptar una disciplina”.
Sucedió en mayo del año 816, recibió la autorización para establecer la matriz física del budismo shingon desde donde partirían los maestros para extender su fe por todo el país. Fue a su montaña, le acompañaron muchos seguidores y otros tantos trabajadores que comenzaron a edificar el centro. De eso son ya 1.200 años.
El primer edificio es quizás el más llamativo o el más extraño o, si acaso, el más inusual dentro de las construcciones religiosas japonesas: Konpon Daito. Es una mezcla entre una estupa, edificios de veneración muy comunes en las zonas de influencia del budismo tibetano (Bután, Nepal, la China tibetana, India) y una pagoda, característica de los lugares sagrados de Vietnam, la China del sudeste asiático, Tailandia, Corea y el propio Japón.
Desde Kobo Daishi en adelante, Koyasan fue acumulando hitos sagrados en abundancia y se ha convertido en un espacio que hace que se encoja el corazón, da la impresión que las piedras tienen guardado un mensaje sagrado y que las hojas secas que han caído de los árboles son una conexión espiritual.
La secta shingon del budismo tiene particularidades importantes. Andrés Mora, en el blog Budismo, afirma que “Según el Shingon, la iluminación no es una realidad distante y lejana que puede tardar eones en alcanzar, sino nuestro derecho de nacimiento, una posibilidad real a lo largo de esta vida. Con la ayuda de un auténtico maestro y a través de un entrenamiento correcto del cuerpo, el habla y la mente, podemos reclamar y liberar esta capacidad iluminada para nuestro bien y para el bien de los demás”.
Y agrega, “En el Shingon, el buda Vairochana se dice que está en todas las cosas. (…) Este conocimiento depende de recibir la doctrina secreta de Shingon, transmitida oralmente por los maestros de la escuela a sus iniciados. Tanto el cuerpo como el habla y la mente participan en el proceso: el cuerpo mediante los gestos devocionales (mudra) y el uso de instrumentos rituales, el habla mediante fórmulas sagradas (mantra), y la mente mediante la meditación”.
Koyasan y las enseñanzas que partieron de la montaña lograron su propósito, en Japón existen cerca de diez millones de seguidores del budismo shingon, quienes asisten a unos diez mil templos.
Este complejo es un excepcional hito que forma parte de una de las más importantes rutas de peregrinaje. De hecho, buena parte de los 120 templos que componen el complejo tienen adecuadas facilidades para los peregrinos, adicionales a las propias de la actividad monacal.
Llegar a conocer todas las magníficas obras de Koyasan puede tomar varios días. Al autor de este blog le llamó la atención Danjo Garan, que es el nombre que recibe el complejo central de Koyasan. Y dentro de él la sala de rituales del edificio llamado Kondo: luminosa, enorme, decorada en una pared lateral por dos descomunales cuadros de sakura y en el fondo por una serie de objetos sagrados. Es un lugar en el que provoca meditar sonriendo. A través de uno de los ventanales se observa el que posiblemente sea el jardín zen más grande de Japón, intimidante mezcla de un mar de arena, piedras como islas y las especies vegetales justas para crear un ambiente que sirva para la meditación, para seguir meditando con una sonrisa.
Es interesante conocer que en el complejo también existe una universidad. Valga decir que Kobo Daishi inauguró, hace 12 siglos, el primero centro de estudios de acceso universal. En Koyasan se concentra como un instituto de estudios sobre el budismo shingon.
Y este, que queda consignado al final, es, como otros, estremecedor: Okunoin. Es el lugar en el cual el fundador recibió la iluminación, desde donde partió con rumbo al Nirvana. Se dice que Kobo Daishi descansa allí en eterna meditación. Para los japoneses es uno de los lugares más sagrados del país.
Está rodeado por el cementerio más grande del archipiélago nipón. Todo el mundo quiere estar al lado del maestro y por eso provoca una realidad insólita: junto a las lápidas que recuerdan a los sogunes, la alta aristocracia japonesa, están las de leñadores, campesinos o comerciantes. Es tanta la devoción que las más importantes empresas del país han construido monumentos como ofrendas al fundador para obtener sus bendiciones.
Pero el sentido de búsqueda espiritual domina desde el techo del templo, pasando por todas las lápidas, monumentos funerarios, templos, pagodas, salones, cuartos para peregrinos; es difícil no sentir que Koyasan está dos escalones más arriba de la Tierra. Dos pasos más cerca del cielo.
Kobo Daishi escribió un poema cuya parte final dice:
Jamás me canso de mirar los pinos y las rocas del monte Koya.
La límpida corriente de la montaña es la fuente de mi inagotable alegría.
Olvídate del orgullo por las recompensas mundanas.
¡No te calcines en la casa que arde, en el triple mundo!
Tan sólo la disciplina en los bosques nos permitirá acceder al reino eterno.
Vuelvo con ustedes pronto.
Lo que nos llevó a Koyasan fue la inquietud de posar los pies sobre uno de los sitios sagrados más importantes del budismo. Pero también un deseo de dejar que el alma sea acariciada por los recintos en los cuales se reparte a manos llenas la espiritualidad, sonreír desde el corazón, como dice Roberto Chato.
Sucedió, además, que coincidió esta visita con la semana de celebración de la fundación de este complejo religioso y, al mismo tiempo, de la creación de la secta shingon que practica el budismo esotérico. ¿Cuántos años desde la fundación? No muchos, mil doscientos (¡1.200!).
La península de Kii está ubicada en el sur de la isla mayor de Japón, al este de Kioto. Es, este enorme territorio de 1.137 hectáreas, Patrimonio de la Humanidad en la categoría de Sitios Sagrados y Rutas de Peregrinación.
Los nipones creen, en principio, que sobre estas tierras la diosa Amaterasu fundó Japón hace más de 2.600 años y, como es su caso, la creación de una organización nacional está atada con cuerdas irrompibles al más profundo concepto religioso del país.
De manera que ir a un complejo de semejante trascendencia es excepcional. Más si Koyasan es el principal centro de budismo esotérico fuera del Tíbet.
Los japoneses les dan a ciertas montañas el apelativo de “san” (que significa señor o señora) como una señal de respeto. Así, es nombrado Fujisan ese maravilloso coloso cónico, y la montaña Koya, Koyasan. Este sitio sedujo al espíritu místico de Kobo Daishi (conocido como Kukai), el hijo de una familia acomodada de Kioto que trastocó la historia religiosa del Japón.
“Yo, el discípulo Kukai, movido por un impulso interior, he pensado todo el tiempo en volver al origen. Como no conocía el camino grité más de una vez parado en la encrucijada. Sin embargo, mi deseo sincero se cumplió. Encontré éste que es el enfoque budista esotérico. Empecé a leer (el Sutra de Mahavairóchana) sólo para darme cuenta que no lo podía entender. Entonces quise visitar China”, escribió.
Más allá del mar de Japón encontró a su maestro quien le reveló todos los secretos. Kobo Daishi era un hombre santo y no tardó en estar listo para volver a su país con la misión de predicar el budismo esotérico. El monje pronto contó con el auspicio de la corte imperial pero eso no provocó que desconociera una realidad curiosa.
Había, básicamente, dos ramas principales de budismo: aquellos funcionarios religiosos que de alguna manera se habían convertido en burócratas espirituales, que vivían -y de alguna manera gozaban- del oropel imperial; y, también había quienes se llamaba “religiosos particulares”, ascetas cuya tarea se centraba en adivinar y diseminar el budismo (en un territorio en el que convivían con el shintoísmo en armonía) y que andaban libres por las montañas, ese era un ambiente conveniente para sus meditaciones.
Kobo Daishi (llamado Kukai) logró un punto de equilibrio. Dejó escrito que “De acuerdo con los sutras de la meditación, ésta debería practicarse de preferencia en una zona plana en el corazón de las montañas. Cuando era joven, yo, Kukai, solía caminar por espacios montañosos (…) hay un lugar abierto y silencioso llamado Koya (…) alrededor hay picos muy altos en las cuatro direcciones. No hay caminos hechos por el hombre, ni siquiera senderos. Ahí me gustaría (…) construir un monasterio para la práctica de la meditación, para beneficio de la nación y de aquellos que deseen adoptar una disciplina”.
Sucedió en mayo del año 816, recibió la autorización para establecer la matriz física del budismo shingon desde donde partirían los maestros para extender su fe por todo el país. Fue a su montaña, le acompañaron muchos seguidores y otros tantos trabajadores que comenzaron a edificar el centro. De eso son ya 1.200 años.
El primer edificio es quizás el más llamativo o el más extraño o, si acaso, el más inusual dentro de las construcciones religiosas japonesas: Konpon Daito. Es una mezcla entre una estupa, edificios de veneración muy comunes en las zonas de influencia del budismo tibetano (Bután, Nepal, la China tibetana, India) y una pagoda, característica de los lugares sagrados de Vietnam, la China del sudeste asiático, Tailandia, Corea y el propio Japón.
Desde Kobo Daishi en adelante, Koyasan fue acumulando hitos sagrados en abundancia y se ha convertido en un espacio que hace que se encoja el corazón, da la impresión que las piedras tienen guardado un mensaje sagrado y que las hojas secas que han caído de los árboles son una conexión espiritual.
La secta shingon del budismo tiene particularidades importantes. Andrés Mora, en el blog Budismo, afirma que “Según el Shingon, la iluminación no es una realidad distante y lejana que puede tardar eones en alcanzar, sino nuestro derecho de nacimiento, una posibilidad real a lo largo de esta vida. Con la ayuda de un auténtico maestro y a través de un entrenamiento correcto del cuerpo, el habla y la mente, podemos reclamar y liberar esta capacidad iluminada para nuestro bien y para el bien de los demás”.
Y agrega, “En el Shingon, el buda Vairochana se dice que está en todas las cosas. (…) Este conocimiento depende de recibir la doctrina secreta de Shingon, transmitida oralmente por los maestros de la escuela a sus iniciados. Tanto el cuerpo como el habla y la mente participan en el proceso: el cuerpo mediante los gestos devocionales (mudra) y el uso de instrumentos rituales, el habla mediante fórmulas sagradas (mantra), y la mente mediante la meditación”.
Koyasan y las enseñanzas que partieron de la montaña lograron su propósito, en Japón existen cerca de diez millones de seguidores del budismo shingon, quienes asisten a unos diez mil templos.
Este complejo es un excepcional hito que forma parte de una de las más importantes rutas de peregrinaje. De hecho, buena parte de los 120 templos que componen el complejo tienen adecuadas facilidades para los peregrinos, adicionales a las propias de la actividad monacal.
Llegar a conocer todas las magníficas obras de Koyasan puede tomar varios días. Al autor de este blog le llamó la atención Danjo Garan, que es el nombre que recibe el complejo central de Koyasan. Y dentro de él la sala de rituales del edificio llamado Kondo: luminosa, enorme, decorada en una pared lateral por dos descomunales cuadros de sakura y en el fondo por una serie de objetos sagrados. Es un lugar en el que provoca meditar sonriendo. A través de uno de los ventanales se observa el que posiblemente sea el jardín zen más grande de Japón, intimidante mezcla de un mar de arena, piedras como islas y las especies vegetales justas para crear un ambiente que sirva para la meditación, para seguir meditando con una sonrisa.
Es interesante conocer que en el complejo también existe una universidad. Valga decir que Kobo Daishi inauguró, hace 12 siglos, el primero centro de estudios de acceso universal. En Koyasan se concentra como un instituto de estudios sobre el budismo shingon.
Y este, que queda consignado al final, es, como otros, estremecedor: Okunoin. Es el lugar en el cual el fundador recibió la iluminación, desde donde partió con rumbo al Nirvana. Se dice que Kobo Daishi descansa allí en eterna meditación. Para los japoneses es uno de los lugares más sagrados del país.
Está rodeado por el cementerio más grande del archipiélago nipón. Todo el mundo quiere estar al lado del maestro y por eso provoca una realidad insólita: junto a las lápidas que recuerdan a los sogunes, la alta aristocracia japonesa, están las de leñadores, campesinos o comerciantes. Es tanta la devoción que las más importantes empresas del país han construido monumentos como ofrendas al fundador para obtener sus bendiciones.
Pero el sentido de búsqueda espiritual domina desde el techo del templo, pasando por todas las lápidas, monumentos funerarios, templos, pagodas, salones, cuartos para peregrinos; es difícil no sentir que Koyasan está dos escalones más arriba de la Tierra. Dos pasos más cerca del cielo.
Kobo Daishi escribió un poema cuya parte final dice:
Jamás me canso de mirar los pinos y las rocas del monte Koya.
La límpida corriente de la montaña es la fuente de mi inagotable alegría.
Olvídate del orgullo por las recompensas mundanas.
¡No te calcines en la casa que arde, en el triple mundo!
Tan sólo la disciplina en los bosques nos permitirá acceder al reino eterno.
Vuelvo con ustedes pronto.
Excelente reseña! Felicidades! Yo también estuve en el festejo de los 1200 años =)
ResponderEliminarGracias por el comentario, Rebeca. Fue una experiencia inolvidable, me da gusto saber que viviste ese momento. Saludos
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Japón mezcla la espiritualidad japonesa de los shinto y del zen. Antiguas formas religiosas que conviven en el país del sol naciente.
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