Información: finalmente sí sirve

Muy buenas:

Miren esto: 東京都港区南麻布4-5-39. Es la dirección de donde me hospedo en Tokyo. Sí, incomprensible. Pero tiene su variante en caracteres occidentales: 4-5-39 Minami Azabu, Minato-ku, Tokyo 106-0047. Sigue siendo incomprensible. Poder llegar a una dirección en esta ciudad desbordada por sí misma es difícil, harto. Para los conductores de vehículos existen los maravillosos mapas interactivos con GPS que, bien programados, parecerían poder dar la ruta de la felicidad. La más corta, además.
Los de a pie estamos muy bien servidos. Hoy regresé solo de un centro de exposiciones ubicado en otra prefectura, fuera de Tokio. ¡Pánico! Miedo absoluto, porque de inmediato la mente comienza a armar la historia de un ecuatoriano que toma el tren que va a la dirección contraria a la de su destino y es arrastrado por una cadena de sucesos absurdos a un pueblo rural donde nadie le entiende y es esclavizado por un monje que le obliga a barrer el templo con la lengua, hasta que aparece un amable juez que, en su día de vacaciones decide salvar al extraviado de las garras del monje zen y someterle a las suyas propias y le condena a la peor de todas las penas: ser el tinterillo de su juzgado. Controlado como fue el pánico y repelidos como fueron esos personajes fogosos y dislocados me regresó el pánico llano,  obvio que sí, pero esto sucede cuando no estamos acostumbrados a aprovechar la información que se nos brinda y aquí existe por toneladas. Está claro que no es difícil perderse, pero tampoco es fácil ubicarse.
En Tokyo toda la información del transporte público está en japonés y en inglés; aunque es necesario desarrollar ciertas destrezas para entender cómo leer un mapa pero. A lo mejor lo realmente difícil es descubrir cuál es la utilidad del mapa, para qué sirve, qué me quiere decir; creo que no hay que ser un genio para establecer una comunicación fluida con un mapa, pero hay que estar atentos.
Sucedió un poco más tarde. Buscaba con atención la entrada a la estación de la Oedo Line, una línea privada de metro. Decidí ser el guía absoluto y probar mi poder de dominio sobre el transporte subterráneo de Tokyo. Miraba información e información e información, con poco éxito. La Pauli me tomó suavemente de la quijada y la empujó hacia arriba. Y encontré que a cuatro centímetros más arriba de la frente estaba la dirección para entrar a la tal estación.
Como en este país se pude considerar autobiográfica esa tonada salsera de "no hay cama pa'todo el mundo", pues las ciudades y sus atavíos crecen para arriba. Mucha de la información está, de hecho, arriba y si uno mira por sobre las cabezas halla lindas sorpresas.
A ratos es mucho, un bombardeo brutal de información para que la vida del ciudadano siga la ruta del orden, para que nadie se pierda. Las estaciones de policía que están en los barrios son más una oficina de información de direcciones que unidades de lucha contra el crimen organizado. Es que con miles de letreros es positivamente posible perderse.
Sí, claro que sirve la información. Siento decir esto pero también sirve para acumular basura visual en la vida. Existe una necesidad tan marcada de dar claridad a las instrucciones que buena parte del paisaje es un letrero descomunal formado por la suma de muchos letreros ubicados en diferentes dimensiones; todo esto es útil, pero es feo.
Lo último de este relato, a ratos uno quiere ejercer el derecho humano de perderse en una urbe desconocida y ese derecho es violado con descaro.
Pero bueno, digamos que en el fondo la saturación de mensajes informativos es útil. Quienes tenemos una parte del cerebro apegada al terrorismo del anti-utilitarismo podemos sentirnos cercados. Bueno, en el fondo siempre existe la posibilidad de anular el lado del cerebro que interpreta la información y perderse pura e inocentemente en una callecita que tiene unas casas de sueño, bajo las cuales están parqueados unos autos de locura y que el fondo está la tori, la puerta a un pequeño templo que se resiste a ser tragado por los edificios de sus fronteras.

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