Nakasendo, el corazón del paraíso
Sí, estoy emocionado y por eso va el título como esta, con el permiso de ustedes.
De Magome me enteré por Twitter. Yo que pensé que ese era otro de los juegos de las generaciones ultraconectadas, pues resultó que leí la palabra y me lancé a averiguar qué mismo es esto.
中鮮度 (Nakasendo), por aquí comenzó la fascinación. Es el nombre con el que se le conoce a la vía que unía Kyoto con Tokio durante la era Edo (1600-1850) y hablar de caminos viejos es tema sensible, luego de todas las investigaciones que realicé sobre el Qápaq Ñán, el mal conocido Camino del Inca. Nakasendo se puede traducir como "camino dentro de la montaña"
Tengo la idea que esos caminos guardan más que árboles y piedras, que yendo sobre ellos con las glándulas de la percepción activadas, en silencio, se puede escuchar todavía los cascos de los caballos montados por algú samurai, el choque de las suelas de madera de las sandalias de comerciantes, los saludos entre transeúntes: cuánta buena historia hay por ahí.
Dicho esto, tomamos un bus que en cuatro horas nos dejó en la típica parada de carretera. Tras unos 30 minutos de ascender a pie por vías pavimentadas llegamos al pueblo de Magome. Entonces nos faltó el aire.
Al día siguiente nos despertó un desayuno tradicional con sopa de miso, pescado y arroz. Suficiente para equiparse y enfrentar el Nakasendo. La primera parte es una subida larga, de una hora, poco empinada. Se atraviesa casas y no se escucha nada, ni se ve a nadie, la presencia humana se intuye, la intuyen los árboles que tienen todavía copos de nieve guindados como pendientes de diamante.
Luego, el camino se mete sin pudor entre las piernas de las montañas, completamente blanco. La nieve apaga hasta los gemidos de la respiración, el sonido de los pasos es desagradable, los árboles reposan y se juntan para darse calor; otra vez, el agua susurra aventuras inentendibles a las gotas congeladas que no se moverán de ahí hasta que la historia llegue al final.
Había que salir. Encontramos un letrero que alertaba a los caminantes sobre el peligro de encontrarse con osos. Encontramos unas campanas que sirven para asustar a los osos. Creímos escuchar a un enviado del emperador correr con un mensaje para entregarlo cuanto antes en Kyoto. Creímos encontrar dos porteadores que llevaban en sus hombres una silla de brazos y en su interior una dama con un kimono rosado y verde, un tocado de flores y el rostro perfectamente blanco. Creímos escuchar las órdenes dadas a una partida de soldados para que apuren el paso para ir a la batalla. Sentimos que un mundo milenario se había concentrado entre las montañas sin eco.
Cuando vengan les llevo. Hasta entonces.
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