Transeúntes y andantes

Hola a todos:

Debo disculparme por mi silencio de estos días. Pero, bien, hay temas nuevos e historias que les van a interesar.
Me he enfrentado los últimos días a la maldita hoja en blanco con la esperanza de que me dicte algo. Pero su silencio ha sido más recio que el sonido del rencor. De cualquier manera las palabras siempre manan.
Roppongi, como se ha dicho antes, es un barrio de Tokio en el que se concentra todos los servicios que los japoneses brindan a los extranjeros. Allí se habla muchos idiomas, hay diversión especializada con tinte internacional, se encuentra la comida "japonesa" que se idolatra en todo el mundo (menos aquí), los japoneses que quieren admirar los usos de los afuereños por allí pasean y los jóvenes de ambos géneros que buscan emparejarse con la piel de occidente también.
Encontramos, primero, a los dos dueños de dos perros recién salidos de la peluquería. Se notaba a la distancia que habrán pagado más de lo que cualquier persona está dispuesta a gastar en la hechura de los cabellos y que les habrán lavado con algún jabón de raras especies del alto Jordania, habrán sido lavados sus dientes y cortadas las uñas, vacunados contra las bacterias de este mundo y de otros.
Logré que la señora me dejara tomar una foto de su perra, pero su marido salió rápido diciendo que su perro no era muy cortés y que era preferible no importunarlo, me imagino que las cámaras le producirán altos niveles de estrés. El perro lucía una cabellera más descomunal que la del finado Andy Gibb.
Más allá, se desarrollaba el 25 Tokyo International Film Festival (TIFF). Vimos la película ganadora, dirigida por una  francesa, rodada en la frontera israelí-palestina, que contaba una historia con argumentos bien trabajados. En la película se hablaba inglés, francés, ebreo y árabe. También había subtítulos en inglés y japonés. De pronto el planeta se hizo pequeño, una inmensa cantidad de expresiones culturales metidas en una cinta de cine. Mientras más pequeño es más difícil de entender el mundo.
Los japoneses van al cine como los ecuatorianos a misa: con absoluta unción. Las salas tienen un dispositivo que anula los teléfonos celulares y cualquier otro dispositivo mientras se proyecta la película. El silencio y la devoción se mantienen intactos hasta que las últimas letras blancas dejan de rodar sobre la pantalla negra. Solo entonces vuelve la conciencia de que la sala está llena de seres animados.
Este festival está catalogado como uno de los cuatro más importantes del mundo, junto a Cannes, Berlín y Toronto. Calculo que se habrán proyectado más de 100 películas y generalmente las entradas se agotan dos semanas antes. Ahora ya no se imprime las entradas, todo es digital. La siguiente foto es, en realidad, una entrada al cine. Se debe acercar la pantalla del teléfono a un lector, que confirma que todo está en regla.
De las películas que vimos en el TIFF me sorprendió la cinta del género documental Japan in a Day: se pidió a los japoneses que filmen su vida cotidiana el 11 de marzo de 2012, un año después del gran terremoto del nor-este. Se recibieron 8.000 grabaciones y el resumen sobre esas 24 horas está muy bien, se descubre el Japón en esencia.
La gran ventaja es que hay muy poca basura "hollywoodense", al contrario de lo que pasa a veces en los premios Oscar. En estos festivales se reconoce el arte, en el otro en muchos casos el verdadero valor está en la taquilla.
Pero, a unos metros de las salas de cine, en la noche del 27 de de octubre, los jóvenes se lanzaron a gozar de la fiesta del Halloween en la discotecas de Roppongi. Hollywood y Halloween retumbaron como palabras hermanas. Me dio la sensación que más que la macabra noche que recuerda a brujas y muertos se vive en este barrio como una gran fiestas de disfraces. Hay vampiros y demonios de la noche, pero no creo que Pocahontas, la Sirenita y Koji Kabuto tengan ninguna relación con mujeres malas y buenos difuntos. Halloween japanese style.







Hasta pronto.

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