El terror de una licuadora con alas


Buenas tardes:

No he aguantado las ganas de escribir esta vez por dos razones. Va la primera: miré unas estadísticas sobre las visitas que hacen los internautas a diferentes blogs. Me ha impresionado saber que los países en dónde más número de personas han leído este Llamingosan están en Rusia, Estados Unidos y Japón. Gracias a esos conciudadanos del mundo por unirse a este espacio de reflexión de lo de aquí y lo de allá.
Lo segundo es que estamos en pleno GW y que este fenómeno del turismo me ha maltraído hasta Kumamoto. Enseguida paso a explicar los detalles de la frase anterior que, a simple vista, aparece confusa, producto de un ataque hepático más que de un racionamiento adecuado.
Las iniciales GW representan las palabras Golden Week, la semana de oro. Si se suma y se resta, durante este período se juntan algunas fiestas nacionales que la convierten en una semana maravillosamente dorada:
  • 29 de abril: Día de Showa: Durante la Era Showa Japón perdió la guerra contra Estados Unidos (II Guerra Mundial). Sufrió los efectos de la más grande estupidez guerrerista, dos bombas atómicas; y, se recuperó gracias a una tenacidad admirable. Eso se recuerda el Día de Showa.
  • 3 de mayo: es el Día en Memoria de la Constitución.
  • 4 de mayo, Día del Verdor: luego de que los sakuras florecieron y, días después, se quedaron sin pétalos, viene la primavera. La nueva estación.
  • 5 de mayo: Día de los Niños.
De manera que quedan libres el 1 de mayo (el Día del Trabajo se celebra el 23 de noviembre) y el 2 de mayo. La acción lógica es hacer puente, aunque haya quienes piensen que son demasiados días sin trabajar, pero la decisión se tomó porque es una oportunidad inigualable para para promover una actividad fuertemente dinamizante de la economía: el turismo. La mayor parte del país tiene unos buenos 9 días de vacaciones salvo, obviamente, quienes trabajan para el sector turismo.
Sabíamos que había que actuar con tiempo para lograr conquistar algún destino interesante. Logramos comprar unos pasajes muy baratos para ir a Kumamoto, 1.000 kilómetros al sur-oeste de Tokio, en la isla de Kyushu. Y nos embarcamos.
(Paréntesis: odio volar).
Desde que las ruedas de la aeronave se despegaron del pavimento del aeropuerto de Haneda ese fierro volador comenzó a traquetear, a bambolearse, a rebotar en las nubes. La cosa se puso un poco más difícil cuando atravesamos un techo de nubes, que tomó unos 20 minutos. Luego, teníamos la cama de algodón abajo y el cielo azul arriba y la pendejada no dejaba de traquetear. Una hora y unos minutos después de moverse y moverse y moverse, con insistencia pero con cierta consideración para los pasajeros, la aeronave comenzó el proceso de aproximación al aeropuerto Aso Kumamoto. Entonces vino lo bueno, porque de ahí para adelante se convirtieron en sacudidas indolentes, por un momento sentí que estaba subido sobre una plataforma de simulación de un terremoto de más de siete grados. Y el avión descendía y batía a sus ocupantes, una licuadora voladora. Y faltaba lo mejor: Estábamos a un par de minutos de tener contacto con la pista, se veía ya con claridad a las personas y sus penas caminando por las vías y el avión se seguía batiendo. Probablemente quince segundos antes de que las ruedas volvieran al bendito piso fue cuando los pensamientos se turbaron. El susto pasó a pánico y después a abandono, la suerte estaba echada, el desenlace final era ese, vislumbraba los titulares en la prensa amarilla ecuatoriana, “Llamingo fallece en accidente aviatorio en Kumamoto”. Lo que realmente me indignó es que el resto de pasajeros ni se despeinaron, para muchos esa batidora infernal no fue suficiente para despertarles. Nadie emitió ningún sonido parecido a la preocupación, el azoramiento interno, el sino trágico que nos deparaba. Cinco segundos antes el avión tuvo suficiente estabilidad para tomar la pista y mientras frenaba un viento lateral nos ladeó lo suficiente como para que nos hiciera sentir algo parecido al quiebre de cintura de un andarele.
El avió se detuvo. Al salir de la terminal vimos unas enormes hélices para generación eólica de electricidad… O sea que aquí el viento sopla siempre, ¿y por qué no se les ocurrió construir el aeropuerto en un lugar menos turbulento? Demonios. Ese aeropuerto no registra ningún accidente, pero su servidor aún siente que el sistema digestivo sigue fuera de su lugar. Ahora estoy en el hotel en el centro de Kumamoto, sumo y resto para ver si me sale el negocio de volver por tierra, pero las posibilidades por ahora son limitadas. Creo que en poco tendré que verle las arrugas a la muerte. De nuevo.
Así comenzó este GW, la vertiginosa apuesta nacional por el turismo. Se calcula que doce millones de personas se movilizarán a diferentes destinos por vía aérea y otros tantos millones por tierra. Es tal el frenesí por viajar en GW que las tarifas se ponen horribles. En año nuevo y en GW hacer turismo cuesta una monstruosidad, básicamente debido a la demanda, pero con tiempo y paciencia se puede armar un paquete interesante.
Aquí nos tienen, en Kumamoto, a dónde llegamos solamente con un pasaje comprado y una hotel reservado. El resto quedará en manos de la suerte. Otra vez.

Hasta entonces.

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