En busca del paraíso latino

Pasen, bienvenidos, me encantan que vengan a conversar sobre Japón. Tomen asiento, por favor.

Ya deben saberlo, en Japón el transporte público se detiene casi por completo entre la media noche y las seis de la mañana, tiempo en el que es inevitable optar por un taxi, generalmente conducido por un jubilado. Esa madrugada, alrededor de las cuatro, nos embarcamos tres latinos, quienes íbamos tirando bromas gracias a los vahos de alcohol que llevábamos dentro. En algún punto del trayecto, el conductor intervino en la conversación con un español adecuado. Obviamente, inquirimos lo inmediato, dónde aprendió el idioma. “En la cama”, respondió con picardía y travesura. Ante nuestra desazón, nos contó que tuvo una novia colombiana quien se encargó de introducirle a la lengua más común de América.

Este diálogo sintetizó, en un intercambio rápido, la esencia de la migración. Una reflexión que derivó enseguida a la curiosidad de conocer la relación de Japón, sobre todo, con América Latina. Estas divagaciones nos encontraron cuando el taxi pasó cerca de la estación de Kanda (Tokio) donde está la oficina matriz del Banco do Brasil.

Vista del puerto de Yokohama desde el observatorio del Landmark Tower.
Foto: Álvaro Samaniego

Los pensamientos volvieron días después. Frente al Terminal Internacional de Pasajeros de Yokohama se ven las antiguas instalaciones desde donde salieron los primeros barcos con las migraciones planificadas desde Japón a Latinoamérica. Muy cerca está el Museo de la Migración Japonesa al exterior. De este lugar partió el último barco con migrantes, en febrero de 1973, con 285 personas a bordo rumbo a Brasil. Se llamó Nippon Maru.

Fue en 1908 cuando partió de Japón el primer barco, el Kasato Maru, con un contingente de 165 de familias (781 personas), como parte de la migración programada y que fue el resultado de un acuerdo entre los gobiernos de los dos países. Acoderó en el puerto de Santos y enseguida los asiáticos fueron a las plantaciones de café en el Estado de San Pablo, tareas agrícolas que desempeñarían a pesar de ser policías, profesores, monjes budistas, obreros o tipógrafos.

Kenzo Sakoda, el primer inmigrante japonés en Paraguay, posa con su familia
en Japón, 1912. (Colección de Fernando Sakoda).
Foto tomada de http://www.discovernikkei.org



Hay tres motivos históricos que empujaron a Japón a buscar acuerdos para migraciones planificadas y controladas. El primer hito histórico es la Restauración Meiji y la posterior política expansionista, que privilegió el uso de los recursos nacionales para nutrir a su ejército y descuidó a la población. Los otros dos hitos se enmarcan en el fin de la I y la II Guerra Mundial. Acuerdos internacionales ayudaron a superar este problema: en América había territorio de sobra y necesidad de mano de obra dispuesta a expandir la frontera agrícola.

Los primeros acuerdos se firmaron con Estados Unidos (país que había amenazado con bombardear Japón para presionar su apertura) y Canadá, que años después fueron revocados por la animadversión cultural de los inmigrantes europeos en contra de los asiáticos. Entonces, se logró oficializar acuerdos con México, Perú, Brasil y Argentina, principalmente, que provocó el inicio de una historia de buena amistad entre latinos y nipones.

Los primeros 790 japoneses eran pasajeros del Sakura Maru, nave que atracó en Callao (Perú) en abril de 1899. Al contrario de lo que sucedió en Brasil, país que prefirió que viajaran familias para asegurar una estadía indefinida, el gobierno peruano optó por contratos finitos de cuatro años para trabajar en las haciendas azucareras de valles del litoral norte del país. Los migrantes aspiraban a hacer alguna fortuna modesta y volver a su país. Al menos ese fue su plan inicia.

La mayoría de nipones no regresaron a su país y en algunos casos escogieron una novia japonesa por catálogo, se casaron con un poder y recibieron a sus esposas en Perú para establecerse definitivamente. Esta es la historia de la familia de quien sería el presidente Alberto Fujimori y la de otros tantos migrantes.

El caso de México es diferente. Comenzó con un acuerdo de colonización, al que le siguió una expedición de japoneses para determinar el mejor sitio para cumplir con el reto y se concretó con la concesión de 65.000 hectáreas que entregó el gobierno mexicano para un proyecto impulsado por el noble japonés Takeaaki Enomoto. En marzo de 1897 partió el barco inglés Garlick, con 35 pasajeros que fueron los primeros habitantes de la Colonia Enomoto, ubicada en el estado de Chiapas.

Japoneses inmigrantes en Sonora (México). Foto: Wikimedia Commons

Otros países se tomaron su tiempo para establecer relaciones diplomáticas con Japón, tuvieron un interés limitado o se negaron a participar en las migraciones organizadas.

Poco a poco, los migrantes dejaban de ser asiáticos indeseables y se convertían en “minoría modélica”, que compartía la vida comunitaria de las localidades pero también sostenían sus “ritos” tradicionales para mantener encendida la identidad. Las diferencias entre los nipones y los latinos eran grandes… y lo siguen siendo, como se describe aquí. No se ha de olvidar que la situación económica y los conflictos bélicos son las principales causas para dejar el hogar y buscar un lugar diferente dónde establecerse.

La II Guerra Mundial puso una nota dura, en algunos casos, y catastrófica en otros. El gobierno imperial se alineó a lo que se conocía entonces como el Eje, en sociedad con la Alemania nazi, lo que le valió la animadversión de los Aliados. En EE.UU. y en Perú, al menos, se recluyó a miles de japoneses en campos de concentración, por el temor que el ataque al puerto de Pearl Harbor (Hawái) se repita en tierras continentales. La mayoría de los detenidos habían cometido el delito de ser sospechosos.

Luego de haber perdido en el conflicto global, Japón quedó devastado. Los ciudadanos que pudieron viajaron a los países en los que se había establecido asentamientos previos. Se consolidó, desde entonces, una relación cuyas bases generales se mantienen hasta hoy, salvo por la crisis económica de la década de los ochenta en la que la tendencia se revirtió y los nikkei migraron a Japón.

¿Nikkei? Con ese nombre se designa, según la Asociación Kaigai Nikkeijin Kyokai, “…a todas las personas de nacionalidad japonesa que han emigrado a otros países con el fin de establecerse definitivamente en ese lugar, y a sus descendientes de segunda, tercera, cuarta generación, etc., sin importar el mestizaje y la nacionalidad”.

Es más que una denominación, los nikkei son portadores de una cultura y de una identidad que es como una avenida de doble vía. Por un lado, se diseminan las tradiciones japonesas, que se asientan con mucha fuerza (como, por ejemplo el famoso Jardín Japonés de Buenos Aires) y por otro se produce una mezcla provechosa, como es el caso de la influencia de la gastronomía japonesa en la nueva cocina peruana.

Y viceversa. Son muy reconocidas en el archipiélago japonés los restaurantes que sirven feijoada brasileña, tacos mexicanos o el pollo asado peruano. En el territorio nipón sucede también que se juntan los connacionales para formar microsociedades en las que se produce esta permeabilidad controlada: adaptarse a lo de aquí pero también mantener lo de allá. Ahora, los nikkei están principalmente, en territorio americano, en Brasil.



Tras la II Guerra Mundial Japón quedó arrasado, pero tuvo una recuperación acelerada. En la década de los ochenta ya era la segunda economía más grande del mundo, después de Estados Unidos. Esa realidad de bonanza atrajo a migrantes de todo el mundo que buscaban países que les dieran más oportunidades que los suyos. Pero, se cuidó de establecer una política migratoria severa e impidió las grandes oleadas que paralelamente sucedían en otros países. De hecho, según estadísticas de 2019 el porcentaje de migrantes con respecto a la población total es del 1,97 %, mucho más bajo que, por ejemplo, Australia (28 %) y Canadá (21 %). La mayoría ha cruzado el Mar de Japón desde China.



De alguna manera, se critica el hecho de que se permita sobre todo la residencia de obreros para los llamados “trabajos de cuello azul” o también de la triple K: kitsui (duros), kitanai (sucios) y kiken (peligrosos).

En un artículo publicado en el medio BBC Mundo, Laura Plitt afirma que los principales problemas que sufre el país son “…el envejecimiento de la población, la caída en la tasa de fertilidad y el número de habitantes, la escasez de trabajadores y la poca participación de las mujeres en la vida laboral, (que) se han visto agravados por la falta inmigrantes”. La periodista cita, así, al científico estadounidense Jared Diamond.

Refiere, luego, que las expectativa de vida es de 84,2 años (la mayor del mundo), es uno de los países con mayor cantidad de población anciana, como demuestran los datos de 2018, según los cuales tres cada 10 ciudadanos japoneses tiene más de 65 años.

Hay más: “De acuerdo a cifras publicadas por el Ministerio de Asuntos Interiores, el último año la población decreció en más de 430.000 personas. Mientras que el índice de fertilidad para mantener una población estable es —en promedio- de 2,1 hijos por mujer, en Japón este se sitúa en 1,4. Es decir, muy por debajo de lo necesario. Lo mismo ocurre con el número de matrimonios, que está en franca decadencia”.

Final de la Copa Intercontinental de Fútbol, disputada entre Gremio (Brasil) y Chelsea
(Inglaterra). Los brasileros jugaron como en casa. Foto: Álvaro Samaniego

Luego, las políticas migratorias, en este momento histórico, están variando más allá de lo que históricamente ha sucedido con Japón. Plitt afirma que “En parte por su condición de isla, Japón siempre tendió al aislacionismo, y hoy día mantiene vivo el orgullo de ser una nación homogénea construida en torno a una estricta política migratoria”. Esta política está asociada a un capacidad extraordinaria de planificación. “El Gobierno japonés reveló en sus Políticas Básicas para la Gestión Económica y Fiscal y la Reforma Estructural, dadas a conocer en junio, su objetivo de lograr que la población del país ronde los 100 millones de habitantes dentro de 50 años, en la década de 2060. Para solucionar el grave problema demográfico al que se enfrenta el país, se propone aumentar la tasa de fertilidad y aceptar inmigración”, según publicó el medio digital nippon.com en 2014.

Para cumplir esa meta hará que su política migratoria sea más laxa o más severa, según se requiera, medidas que no podrán evitar que persista el fenómenos de los nikkei en América y el mundo, que suceda el milagro de que dejen un poquito de amabilidad nipona y recojan un tanto de candor latino. Así engrana el mundo su marcha.

No se vayan sin darle una mirada a estas dos puertas de entrada a Japón y no dejen de venir pronto.

Japón de Seda
Un estudio de la realidad japonesa detrás de la novela
Seda, de Alessandro Baricco



Japón Bajo la Piel
Crónicas de Japón


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