Meiji: una restauración con sabor a revolución
Buenas, saludos a todos.
¡Vamos con algo de historia! No, no es necesariamente aburrida. Gabriel García Márquez decía que no hay historias buenos o historias malas, que hay historias bien contadas e historias mal contadas. De manera que a sostenerse porque la montaña rusa del tiempo comienza a rodar y este llamingo hará su mejor esfuerzo para que esta historia sea bien contada.
Da la sensación que se abrieron unas compuertas y que todo, sin distinción, se precipitó de una manera muy difícil de contener. El Japón vivió casi tres siglos de ascetismo, en un claustro cuyo muros estaban -están- edificados con agua, el país estuvo cerrado, nadie entraba y nadie salía, lo que había afuera de su archipiélago era el mundo y no les interesaba lo suficiente.
Una buena descripción del pasado está escrita por José Luis Gómez Serrano, en su bitácora “Mundo ancho y ajeno”:
La sociedad japonesa estaba organizada a la manera feudal. El Shogunado tenía el poder militar más fuerte, pero Japón estaba dividido en muchas regiones en donde jefes locales tenían su propio ejército de samuráis, e imponían su ley dentro de su propia región, con sus propias costumbres y en algunas ocasiones, hasta con emisión de moneda. Debajo de los señores de cada región (llamados daimios) y de sus samuráis, estaba el grueso de la población, más de 90%, que eran la capa productiva de la nación, que vivían sometidos a sus señores, y que estaban divididos en clases: campesinos, artesanos y comerciantes. Y todavía debajo de ellos estaban los parias, los que hacían los oficios más bajos, separados del resto de la gente porque el contacto con ellos era considerado deshonroso hasta para los campesinos. El poder militar, entonces, tenía un jefe fuerte, el jefe Tokugawa, pero en la práctica su poder se diluía entre los daimios, que hacían mucho o poco caso al sogún, dependiendo del poder que tenían dentro de su propio feudo.
Las flotas pesqueras de países de occidente tenían problemas para pescar ballenas en el Pacífico occidental porque estaba prohibido que atraquen en el archipiélago para reabastecerse. Lo que sucedió después es una cruzada de occidente para que este país no fuera un obstáculo en sus negocios.
Estados Unidos desplegó una fuerza militar importante frente a la bahía de Tokio y otros países europeos también se sumaron al asedio diplomático contra Japón para que saliera de la clausura.
Sendos acuerdos comerciales fueron abriendo poco a poco todas las puertas del archipiélago. Aceptar cada uno de ellos significaba permitir el ingreso lento pero consistente y sin cedazo, y hubo que sacrificar una parte de las tradiciones. O dejarlas en un estado de hibernación mientras se resolvía la manera cómo procesar lo que se vino.
Y lo que llegó primero en los barcos fue el comercio: artículos a los que no estaban acostumbrados y de los que no sentían necesidad. Luego, hubo que crear la necesidad gracias a la alienación cultural que también llegó en las naos, las que también estaban muy cargadas de armas.
Alemania, Rusia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Portugal y Holanda fueron poniendo lo suyo para que el archipiélago saliera del aislamiento, dejara de ser una nación crucificada en el pasado.
Desmontar el sistema que tanto había durado no dependía ni de un decreto ni de un barco artillado ni de un mercader boceando su género. Se suscitaron convulsiones por aquí y por allá, mientras el poder político perdía fuerzas frente a los gaijin (un “acuerdo” comercial con Estados Unidos especificaba tácitamente que esa era “la nación más favorecida” y debía tener ventajas en todas las transacciones, además de la extraterritorialidad de todos los nacionales de Estados Unidos). Los aportes más visibles de los ingleses son el volante del conductor a la derecha del vehículo y el tránsito por la izquierda de la calzada. De los franceses la vestimenta, colgaron en el armario los kimonos. De los estadounidenses las armas, enterraron las katanas. Y de todo ellos los objetos que, útiles o inservibles, estaban de moda en occidente.
Para los gaijin (una palabra japonesa que podría traducirse como “forastero”), esta era una misión de buena voluntad para sacar a un país de las garras del pasado y jodieron para que se instaure la democracia, la libre empresa, el fluido comercio, el control privado sobre los medios de producción, un estado que moderno del cual ellos pudieran obtener beneficios.El Japón, entonces, mostró que era capaz de hacer milagros: el primero sucedió durante la Restauración Meiji, que es el suceso histórico que se cuenta aquí (el segundo fue convertirse en 40 años de una nación devastada por dos bombas atómicas a la segunda economía más grande del mundo).
Es 1868 cuando el emperador Meiji, quien recién había dejado de ser adolescente, logró que se firmara un acuerdo entre los grupos de poder para poner en marcha un programa de varios puntos: los temas de interés nacional lo resolvería una asamblea, sus resoluciones serían públicas, todos los japoneses serían iguales -mismos derechos y mismos deberes- en la construcción del nuevo país, se eliminaría algunas que se consideraban tradiciones “bárbaras” -los pobres vendían a sus hijos para que fueran carne de prostíbulos-, se miraría las estructuras institucionales de Estados Unidos y Europa, y se enviaría misiones para absorber todo el conocimiento del mundo que les pudiera ser de utilidad.A lo mejor el ingrediente mágico del milagro que provocó la Restauración Meiji fue que todos los japoneses hicieron un voto de confianza a favor del emperador y le cedieron todos los poderes en menoscabo del sistema de control militar de los sogunes y de la preeminencia en la economía de los daimios.
Confianza. Qué palabra tan interesante. José Luis Gómez Serrano lo pone así: “…los japoneses habían aprendido una lección de los siglos pasados, y es que la autoridad es necesaria. Cuando es buena, no es un mal necesario, es inclusive deseable; decidieron como nación hacer un voto de confianza en el Emperador, y el país sobrevivió”.
Lo siguiente fue tratar de ordenar el Estado a través de una constitución. El Emperador pidió 10 años para elaborarla, su materia prima era lo que se había aprendido en las exploraciones a otros países. Los japoneses hicieron otro voto de confianza y en el plazo determinado estuvo lista la que sería una revolución sobre la revolución.
Los países que habían logrado acuerdos comerciales y de extraterritorialidad sostenían esas ventajas con el argumento de la falta de normas internas. La Constitución creó la normativa necesaria y simultáneamente eliminó los beneficios extraordinarios de los occidentales (es lo que en mi barrio llaman “el tiro por la culata”).
Meiji (1852-1912) fue el emperador 122 del Japón. Miembro de la casa Yamato, debió enfrentar uno de los momentos más difíciles de la historia del archipiélago y lo hizo bien. De hecho, el principal santuario, a que la casa real nipona acude, es Meiji-jingu, ubicado en uno de las zonas más importantes del Japón.
La Restauración Meiji es un hito en la historia del Japón. El país cambió por completo y más de 100 años después se mantienen discusiones acerca de qué hizo bien y qué hizo mal Meiji. Pero lo hizo.
Gracias por la atención, nos vemos pronto.
¡Vamos con algo de historia! No, no es necesariamente aburrida. Gabriel García Márquez decía que no hay historias buenos o historias malas, que hay historias bien contadas e historias mal contadas. De manera que a sostenerse porque la montaña rusa del tiempo comienza a rodar y este llamingo hará su mejor esfuerzo para que esta historia sea bien contada.
Da la sensación que se abrieron unas compuertas y que todo, sin distinción, se precipitó de una manera muy difícil de contener. El Japón vivió casi tres siglos de ascetismo, en un claustro cuyo muros estaban -están- edificados con agua, el país estuvo cerrado, nadie entraba y nadie salía, lo que había afuera de su archipiélago era el mundo y no les interesaba lo suficiente.
Una buena descripción del pasado está escrita por José Luis Gómez Serrano, en su bitácora “Mundo ancho y ajeno”:
La sociedad japonesa estaba organizada a la manera feudal. El Shogunado tenía el poder militar más fuerte, pero Japón estaba dividido en muchas regiones en donde jefes locales tenían su propio ejército de samuráis, e imponían su ley dentro de su propia región, con sus propias costumbres y en algunas ocasiones, hasta con emisión de moneda. Debajo de los señores de cada región (llamados daimios) y de sus samuráis, estaba el grueso de la población, más de 90%, que eran la capa productiva de la nación, que vivían sometidos a sus señores, y que estaban divididos en clases: campesinos, artesanos y comerciantes. Y todavía debajo de ellos estaban los parias, los que hacían los oficios más bajos, separados del resto de la gente porque el contacto con ellos era considerado deshonroso hasta para los campesinos. El poder militar, entonces, tenía un jefe fuerte, el jefe Tokugawa, pero en la práctica su poder se diluía entre los daimios, que hacían mucho o poco caso al sogún, dependiendo del poder que tenían dentro de su propio feudo.
Las flotas pesqueras de países de occidente tenían problemas para pescar ballenas en el Pacífico occidental porque estaba prohibido que atraquen en el archipiélago para reabastecerse. Lo que sucedió después es una cruzada de occidente para que este país no fuera un obstáculo en sus negocios.
El Emperador Meiji |
Sendos acuerdos comerciales fueron abriendo poco a poco todas las puertas del archipiélago. Aceptar cada uno de ellos significaba permitir el ingreso lento pero consistente y sin cedazo, y hubo que sacrificar una parte de las tradiciones. O dejarlas en un estado de hibernación mientras se resolvía la manera cómo procesar lo que se vino.
Y lo que llegó primero en los barcos fue el comercio: artículos a los que no estaban acostumbrados y de los que no sentían necesidad. Luego, hubo que crear la necesidad gracias a la alienación cultural que también llegó en las naos, las que también estaban muy cargadas de armas.
Alemania, Rusia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Portugal y Holanda fueron poniendo lo suyo para que el archipiélago saliera del aislamiento, dejara de ser una nación crucificada en el pasado.
Desmontar el sistema que tanto había durado no dependía ni de un decreto ni de un barco artillado ni de un mercader boceando su género. Se suscitaron convulsiones por aquí y por allá, mientras el poder político perdía fuerzas frente a los gaijin (un “acuerdo” comercial con Estados Unidos especificaba tácitamente que esa era “la nación más favorecida” y debía tener ventajas en todas las transacciones, además de la extraterritorialidad de todos los nacionales de Estados Unidos). Los aportes más visibles de los ingleses son el volante del conductor a la derecha del vehículo y el tránsito por la izquierda de la calzada. De los franceses la vestimenta, colgaron en el armario los kimonos. De los estadounidenses las armas, enterraron las katanas. Y de todo ellos los objetos que, útiles o inservibles, estaban de moda en occidente.
Para los gaijin (una palabra japonesa que podría traducirse como “forastero”), esta era una misión de buena voluntad para sacar a un país de las garras del pasado y jodieron para que se instaure la democracia, la libre empresa, el fluido comercio, el control privado sobre los medios de producción, un estado que moderno del cual ellos pudieran obtener beneficios.El Japón, entonces, mostró que era capaz de hacer milagros: el primero sucedió durante la Restauración Meiji, que es el suceso histórico que se cuenta aquí (el segundo fue convertirse en 40 años de una nación devastada por dos bombas atómicas a la segunda economía más grande del mundo).
Es 1868 cuando el emperador Meiji, quien recién había dejado de ser adolescente, logró que se firmara un acuerdo entre los grupos de poder para poner en marcha un programa de varios puntos: los temas de interés nacional lo resolvería una asamblea, sus resoluciones serían públicas, todos los japoneses serían iguales -mismos derechos y mismos deberes- en la construcción del nuevo país, se eliminaría algunas que se consideraban tradiciones “bárbaras” -los pobres vendían a sus hijos para que fueran carne de prostíbulos-, se miraría las estructuras institucionales de Estados Unidos y Europa, y se enviaría misiones para absorber todo el conocimiento del mundo que les pudiera ser de utilidad.A lo mejor el ingrediente mágico del milagro que provocó la Restauración Meiji fue que todos los japoneses hicieron un voto de confianza a favor del emperador y le cedieron todos los poderes en menoscabo del sistema de control militar de los sogunes y de la preeminencia en la economía de los daimios.
Confianza. Qué palabra tan interesante. José Luis Gómez Serrano lo pone así: “…los japoneses habían aprendido una lección de los siglos pasados, y es que la autoridad es necesaria. Cuando es buena, no es un mal necesario, es inclusive deseable; decidieron como nación hacer un voto de confianza en el Emperador, y el país sobrevivió”.
Lo siguiente fue tratar de ordenar el Estado a través de una constitución. El Emperador pidió 10 años para elaborarla, su materia prima era lo que se había aprendido en las exploraciones a otros países. Los japoneses hicieron otro voto de confianza y en el plazo determinado estuvo lista la que sería una revolución sobre la revolución.
Los países que habían logrado acuerdos comerciales y de extraterritorialidad sostenían esas ventajas con el argumento de la falta de normas internas. La Constitución creó la normativa necesaria y simultáneamente eliminó los beneficios extraordinarios de los occidentales (es lo que en mi barrio llaman “el tiro por la culata”).
Ceremonia oficial por el aniversario de la muerte del Emperador Meiji |
La Restauración Meiji es un hito en la historia del Japón. El país cambió por completo y más de 100 años después se mantienen discusiones acerca de qué hizo bien y qué hizo mal Meiji. Pero lo hizo.
Gracias por la atención, nos vemos pronto.
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