Castillos fantásticos

Es para mí un gusto reiterado recibirles en este que es su espacio. Castillos, un tema fascinante. Ahora mismo les cuento.

Los castillos en Japón fueron construidos, como sucedió en buena parte del mundo, con un principio utilitario y otro político. Controlar áreas geográficas estratégicas, como rutas de tránsito, zonas productivas, centros de comercio, eran las intenciones utilitarias que animaban a edificar construcciones extraordinarias; hacer una demostración de poder (con el miedo o la benevolencia que pueda surgir intramuros) era una herramienta para facilitar las tareas de gobierno, en muchos sentidos la política en base del poder militar.

Independientemente del tipo de gobierno dominante, en Japón se construyeron castillos que reflejan con autenticidad la manera de ver su realidad y de ahí se desprenden características que les diferencian de otros.

Castillo de Kumamoto, antes de los daños producidos luego del terremoto de 2016.
Foto: Álvaro Samaniego

No se podía dejar de considerar que esta demostración de poder podía ser infinita, pues un daimio debía tener un castillo mejor que el del vecino. Pero gracias a la creatividad de los constructores, muchos castillos se veían –se ven hasta ahora- más grandes de lo que son realmente, para destacar en la competencia del vecindario pero también para intimidar a los enemigos. A través de una travesura estética se genera el ideario necesario.

Hubo dos momentos en que los castillos fueron un obstáculo para las estrategias japonesas de coyuntura: en primer término, para concluir la pacificación del país durante el sogunato Tokugawa se prohibió la proipiedad de más de un castillo por cada daimio (es el equivalente a feudo), con la intención de limitar el poder local. Luego, con la Restauración Meiji se destruyeron algunos bajo el argumento de que el país debía modernizarse. Antes de 1875 el censo había resultado en un conteo de 170 castillos. Luego de las leyes del emperador Meiji solo quedó una tercera parte.

Si bien en la década de los 30 comenzaron a reconstruirse los castillos por una necesidad simbólica, buena parte de los edificados en la costa del Pacífico perecieron por los bombardeos estadounidenses, en la II Guerra Mundial. No había razón para destruirlos porque no eran una amenaza.

Castillo de Kanazawa. Foto: Álvaro Samaaniego

Ahora quedan solamente 12 auténticos. Se respetó en todo lo que se debía los métodos constructivos originales y se añadieron elementos modernos más eficientes para la preservación. Tras el sismo de 2016, el castillo de Kumamoto, uno de los más importantes, sufrió algunos desperfectos que aún ahora no terminan de arreglarse. (japan-guide.com publicó esto: Está previsto que el interior de la fortaleza principal del castillo se vuelva a abrir al público en la primavera de 2021, mientras que se espera que el resto de los terrenos requieran aproximadamente 20 años para ser completamente reparados).

Aún hoy ahora, los castillos dominan sus ciudades. Es, por un lado, un vasto terreno que se abre entre edificaciones y, por otro, tienen una gallardía que se sostiene sobre la simpleza de las formas. Las construccioness contra las que compite son los templos y santuarios, cuyo estilo tiende a construir vínculos con la tierra; mientras, los castillos tiran hacia arriba, durante siglos fueron las edificaciones más altas del Japón. Y claro, para las ideas modernas de espacios públicos, una fortaleza de piedra siempre será un obstáculo intelectual y emocional y, al mismo tiempo, un desafío: descubrir cómo vivían los grandes señores.

En la historia de estas fortalezas se ha de destacar que tanto aspectos de defensa militar cuanto la necesidad de tener estructuras más duraderas, así como el aprovechamiento de las irregularidades de la geografía y la consideración de la sismicidad del archipiélago, empujaron a utilizar bases de piedra que, en muchos casos, se convirtieron en complejas fortificaciones. La piedra se utilizó para las paredes pero en el resto de la estructura primaron la madera y los materiales tradicionales japoneses.

El período Edo fue una era de paz, salvo escaramuzas aisladas. Eso provocó que los castillos (y buena parte de los actores que lo habitaban) se convirtieran, además, en «ciudades castillo», alrededor de los cuales floreció la economía, la cultura, la sociedad y la ciudadanía locales. Se transformaron en las urbes de hoy (en la novela «El guerrero a la sombra del cerezo», de David Gil, hay unas descripciones muy coloridas sobre la vida dentro y fuera de los castillos japoneses).

Al final de este período comenzaron a aparecer disconformidades organizadas y sublevaciones, hubo castillos que volvieron a ser armas colosales o reductos inexpugnables, como el de Kumamoto, que resistió uno de los últimos asedios de la historia, que duró de 53 días.

En cuanto a la estructura, el centro de un castillo japonés se conoce como la torre del homenaje, es el eje de la actividad administrativa, área de habitaciones de la nobleza y el punto más protegido de la fortaleza.

Parte del antiguo Castillo Edo, hoy convertido en el Palacio Imperial de Tokio.
Foto: Álvaro Samaniego

Los soldados, los artesanos y los mercaderes se ubicaban por fuera de los fosos y los muros de piedra, junto a los santuarios; más allá quedaban los campos de arroz, que sostenían la economía de los daimio.

Se puede registrar tres tipos de muros: el rústico, piedra sobre piedra; otro en el que se acomodaba las piedras con cierta lógica y se rellenaba los resquicios con piedras más pequeñas; y, los que se hacían con piedras talladas que calzaban exactamente. En ningún caso se usó ningún tipo de argamasa y en todos eran paredes inclinadas para facilitar las defensas.

Castillo de Osaka. Foto: Álvaro Samaniego

Tras estos muros vivían los samurái, en lo que se llamó “ciudadela”, que protegía otro sistema de muros tras los cuales estaban las construcciones principales.

No podían faltar portones, ubicados estratégicamente, que eran accesos majestuosos en tiempos de paz y trampas mortales cuando la guerra.

Alrededor del techo de la torre del homenaje se solía colocar un pez que prevenía los incendios y alejaba los espíritus perversos.

Todas estas medidas eran tomadas para defender el castillo de un enemigo visible, que atacaba desde fuera de los muros. Sin embargo, había una amenaza igualmente peligrosa y sorpresiva, el ataque de los ninja. Para debilitar sus habilidades se construían puertas ocultas y había sistemas que permitían una vigilancia secreta minuciosa de todas las áreas. Uno de los más interesantes inventos es «el piso de ruiseñor»: se disponía las maderas del suelo de tal manera que siempre que alguien pasaba sonaban como el silbido de esta ave.

El monumental "castillo blanco", Himeji. Foto: Álvaro Samaniego

La razón por la que no se construyeron ciudades amuralladas fue porque Japón no sufrió invasiones extranjeras. De hecho, hay casos en que se construyeron en el exterior del castillo hermosos jardines por los que paseaban los nobles.

Han sido tan importantes los castillos que el primer patrimonio inscrito por la Unesco de Japón es el de Himeji (prefectura de Hyogo), el que se conoce como “castillo blanco”, un complejo capaz de dejar sin aire a cualquiera.

Luego de traspasar las murallas y los portones, generalamente se encuentra un terreno amplio en el exterior, que se usaba para ceremonias. Las construcciones pueden tener varios pisos y el eje son las escaleras, que están en el centro. La intimidación de las piedras pierden importancia con la calidez de la madera, que domina los interiores: pisos lustrosos, puertas corredizas de papel de arroz, ventanas pequeñas. Y, desde el nivel más alto una vista de la ciudad que obliga a encoger el alma. No se destacan por las grandes dimensiones, Japón no compite por el tamaño de las cosas, sino por su estética (una ampliación está aquí).

En todos los casos se puede constatar que se privilegió una construcción y un decorado sobrios, pocos tienen la pompa del oro pues para los habitantes los verdaderos tesoros eran la vista hacia la naturaleza sagrada.

La cantidad de historias que guardan los castillos son memorables. La ventaja es que si se los visita  se puede escuchar los murmullos de la vida palaciega, tanto como los susurros de los asedios y la vida diaria de una sociedad organizada tras los muros. Capitales y palacios siempre será una combinación necesaria.

Hay 12 castillos en pie, todos son especataculares y cada uno tiene una riqueza que los diferencia del resto. Espero verles muy pronto y ojalá espero también sus comentarios sobre los castillos japoneses. Abrazos sentidos.

(Este artículo fue revisado y ampliado en julio de 2019)

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