Katana, el arma sagrada de los samurái

Saludos a todos, esta es su casa y en este momento yo seré su cuentero.

Por hoy, hemos de saltarnos la vieja tradición de ponerle fechas a todo y dar el respectivo estado de situación. Esto es especialmente importante con un arma que en realidad es una contadora de historias del Japón.
La Real Academia Española hace un amague cómodo al colocar a la catana junto otros de la misma “Especie de sable, corto y corvo, con filo solamente por un lado, y por los dos en la punta”. Por la naturaleza de esta arma, en adelante se llamará katana, es necesario alejarle del llano “alfanje”, que simplifica un objeto hasta hacerlo un llano utensilio, para entender que es un elemento en el que todo un pueblo se refleja, que guarda la identidad sacada del fuego de la forja de la katana, espada que es una joya inclusive antes de que la primera sangre moje la hoja.
Vale decir que el énfasis con el que una cultura trabaja ciertos objetos, a los que les da virtudes mayores a las de su uso, logra que la presencia, el credo y la leyenda tenga una dimensión superior a la solitaria definición de un término: un diccionario no puede poner palabras a una expresión de cultura vasta.
De manera que la katana no tiene fecha de nacimiento ni término exacto en el vocabulario, pero sí está forjada con capas de relatos de cómo se elaboró para llegar a ser el arma de mano perfecta, la más efectiva que el hombre haya diseñado en toda la historia.
Cuando los hombres de armas de a pie se convirtieron en jinetes las reglas del combate cambiaron por completo y, por tanto, las armas tenían que acoplarse a las demandas de un trabajo nuevo. Entonces perdió importancia perforar los órganos del enemigo y el entendimiento de los armeros se dirigió hacia cortar, cercenar, mutilar. Abrir un canal mortal en el pecho del caballo o traspasar el peto del guerrero al que se confrontaba con fuerza, pero con sutileza.
Hay tres características que las hacen especiales, al mismo tiempo que las diferencian de otras armas: son piezas de un alto valor estético; tienen la solidez necesaria para partir el cuerpo de un hombre por la mitad; y, son tan precisas como para dividir un cabello en dos partes exactamente iguales.
En el sitio web Aceros de Hispania se puede leer: “Los artesanos eran alquimistas que gracias a la experiencia lograron conocer los secretos del metal transmitiéndolos de generación en generación. El herrero rezaba una oración a Buda antes de comenzar a crear la espada, algo que demuestra la espiritualidad que rodeaba a todo el proceso de forja”.
La primera estación de este viaje por la identidad japonesa muestra un ejemplo de paciencia y perseverancia, en una técnica que algo tiene de rito para unir en un solo cuerpo la fuerza humana, los minerales y el fuego. Un armero primero debía calentar el horno durante más o menos un mes para alcanzar la temperatura a la cual se puede fundir el hierro, el carbón y productos vegetales: 900 grados Celsius.
Gracias a las temperaturas altas los materiales cedían al estado líquido y con él se formaba un “ladrillo”, un bloque de metal. Entonces, en el horno se convertía este bloque en un material maleable y con sucesivos golpes de martillo se iba estirando y se formaba un rectángulo el doble de largo del bloque original, luego se cortaba en la mitad. Al final de esta primera tanda, se obtenía un bloque de la misma dimensión pero compuesto por dos capas.
El sensei usaba un martillo más pequeño y,
apoyado sobre la cuclillas, sostenía el bloque; quienes le asistían estaban de pie y pegaban con martillos mucho más grandes; el maestro imponía el ritmo, el sonido del metal contra el metal componía algo similar a música, pero en realidad eran mantras: sobre el filo de la katana hacían equilibrio la vida y la muerte.
Repetían este proceso y lo volvían a hacer: alargaban el bloque hasta que tuviera el doble del largo, cortaban y volvía a tener un bloque pero con una capa más. Dependía de la calidad del arma, las menos finas llegaban a tener 256 dobleces y las katana que vivieron historias épicas podían llegar a tener 5.000 dobleces por cada centímetro de acero.
A través de ese proceso se forjaba la primera mitad de la hoja de la katana, la más sólida, la que debía soportar los golpes que generaba la fuerza bien entrenada de los samurái, era el lado sin filo que, además, era muy eficiente para golpear, tanto como para contener los ataques. La técnica de fabricación de katana había resuelto el problema del pasado, en el que las espadas se rompían en el combate.
En una segunda parte del proceso, se elaboraba la otra mitad de la hoja, con el mismo sistema anterior pero con cuatro o cinco dobleces nada más. Se obtenía un acero extremadamente duro pero más frágil.
Venía, entonces, el proceso para unir las dos partes de la hoja. Cuando se lo hacía, debido a un efecto natural, al mezclar dos hojas con diferente rigidez, se producía la curvatura que es una de las características fundamentales de la katana.
Para unir bien las dos hojas se utilizaba ciertas arcillas. Dependía el tipo de arcilla y el uso que le daba el forjador adquiría un efecto diferente: unas veces parecido al de olas, otras un zigzag; esta unión, o línea de templado (hamon en japonés) es la marca distintiva del maestro forjador.

La última parte del proceso de fabricación de la hoja era pulir, una tarea que no es menor, la hoja pasaba por el afilado de piedras de diferente porosidad, cada vez más finas y siempre con una aplicación y atención extremas, porque todo el proceso anterior, que había sido largo y extenuante, podía arruinarse debido a errores en el pulido.
Estaban completos los cuatro pasos de elaboración de la hoja: fundido, plegado, el templado diferenciado y el pulido. Entonces, venían las otras partes, tan importantes como las anteriores y se les atendía con igual dedicación. La empuñadura está fabricada, casi siempre, de roble, se le recubre con piel de raya. Luego se envuelve con tiras trenzadas de materiales como algodón, cuero o seda, depende de la decisión del armero. Depende de la decisión del armero porque en todo este proceso no ha participado el “cliente”.
Lo siguiente en el proceso era tallar y adherir los amuletos (menuki) que deben estar ubicados de manera que el guerrero los pueda palpar, que su tacto tenga contacto con la forma del amuleto y sienta la energía que representa. Estos amuletos se convertían en tesoros familiares.
Luego, había que fabricar la saya, que normalmente se elaboraba con madera de magnolia y se cubría con una capa de laca (los japoneses usan la laca desde 7.000 años a.C.) y demás elementos decorativos y utilitarios.
En el libro “Breve historia de los samurái”, (Editorial Nowtilus) Carol Gaskin y Vince Hawkins dicen que “La katana, una infalible espada de sesenta centímetros de largo elaborada con técnicas ancestrales solo conocidas por escogidos maestros herreros, los cuales necesitaban tres meses para forjarlas. La tradición exigía que fuera la espada la que eligiera a su compañero, para ello el guerrero se situaba ante un grupo de katanas expuestas por el forjador. La elección solo dependía de las vibraciones comunes emitidas por la espada y el samurái. Una vez juntos no volverían a separarse jamás, entroncándose sus almas hasta el combate final”.
(No hay que olvidar lo que enseñó el maestros Yamamoto Tsunemoto, en su libro “Hagakure”: “La Senda del samurái se halla en la muerte. Cuando le llega a uno o a otro, solo queda la fugaz elección de la muerte. No es particularmente complicada. Hay que estar resuelto de antemano”).
De manera que la relación entre el guerrero y su espada era de por vida, literalmente hasta que la muerte les separe. En los combates de un samurái la katana se convertía en la extensión de su brazo. Estaba construido, el sable y todo lo demás, para que pudiera hacer el primer corte en el movimiento de desenvainar.
Siendo como era la katana la posesión más valiosa y el arma sagrada de un guerrero, también se convirtió en un sello que le distinguía sobre el resto de japoneses. Una orden administrativa dispuso, en 1588, que solamente los samurái podían portar katana. Siempre llevaban su sable, la extensión de su brazo, y una espada más corta (wakizashi), útil para el combate en lugares cerrados; además, llevaban consigo un tanto, un puñal que se utilizaba para el suicidio ritual (seppuku -hara kiri-).
Durante su época de gloria, la katana pudo resolver tres problemas fundamentales para las armas de uso personal: que fuera irrompible, sin embargo que no fuera rígida y, finalmente, que multiplicara la fuerza para cercenar.
Las katana se guardaron cuando llegaron las armas de fuego. Los samurái se retiraron cuando llegaron los soldados. El Japón de sólidas tradiciones tembló cuando occidente se quiso apoderar de su identidad. La historia da y la historia quita.

Vuelvan pronto, hay cosas de las que hablar

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