El arte cabal del ikebana

Siempre es una experiencia excepcional conversar con ustedes, contarles sobre Japón con una taza de té verde y unos mochis de antología. Pasen, adelante.

Los expertos en ikebana en Japón tienen espacios en galerías dentro y fuera del país, en las que se expone su trabajo, una obra de arte que es efímera y, por tanto, tiene el encanto que le otorga saber que a poco no estará más.

Es una de las artes japonesas más conocidas en occidente y practicada por clubes, regados por todo el mundo, de personas que se sienten atraídas por una cualidad específica: el ikebana es un idioma a través del cual se expresa arte.

Un lenguaje cuyas letras son las plantas (tallos, hojas y flores), cuya ortografía se base en las líneas, los bloques y los colores, siempre animados por la estética de la sustracción. Es decir, al amparo del wabi sabi, los principios de la estética japonesa que se pueden definir en tres: nada es permanente, nada está completo, nada es perfecto. Y dicen también que transmite pureza, serenidad y melancolía.

Es de aquellas disciplinas que los entendidos recomiendan no aprender en libros, tutorías o talleres de tres cuartos de hora. Un maestro asegura que todos los movimientos deben ser aprendidos con el cuerpo y no con el cerebro. Tanto la ceremonia del té, como la caligrafía y el ikebana fueron enseñadas originalmente sin libros de texto ni manuales. El objetivo no es el entendimiento intelectual, sino lograr la presencia de ánimo.

Los arreglos que se hacen en el lado occidental del mundo se caracterizan por tratar de llenar los espacios con un diseño simétrico, para que la belleza del concepto sea independientemente de dónde se lo mire. No así el ikebana, que cada ángulo tiene una lectura diferente y hay incluso aquellos quienes recomiendan mirar desde un punto específico. Así, estarán más cerca el arte que se expresa del arte que se admira.

Para que este encuentro suceda se debe eliminar lo superfluo, un principio del budismo de la secta zen que llamó la atención en Estados Unidos desde el siglo XVIII, rindió frutos en el XIX y en el XX tomó el nombre de «minimalismo». Tener en cuenta, además, las características principales: asimetría, simbolismo y profundidad espacial. Y la condición de efímero.

Para Japón, lo que primero llegó fue el budismo (siglo VI), luego la costumbre de regalar flores a Buda y enseguida colocar un arreglo vegetal en el tokonoma, una especie de altar que se erige en casa. El camino a la perfección en la elaboración del arreglo ikebana vino con el maestro moderno de la ceremonia del té, Sen no Rikyū, en la época samurái.

Entonces, había que tener información importante, como quiénes son los invitados, cómo es la casa de té, el propósito y la estación del año, para determinar la manera como se dispondrán los elementos naturales en el florero. Esto último es básico, en los países donde las estaciones se marcan a fuego o a hielo, los arreglos aprovechan –y no se adaptan- las condiciones exteriores para desarrollar el arte.

Sí la influencia del clima es tan fuerte, no se puede pretender normar la puesta en escena de flores hermosas (en invierno no habría arreglos), sino descubrir el encanto y la elegancia de las plantas en su estado natural, de aceptar una rama seca como una nota yerma en medio de un concierto.

Entonces, como en toda expresión de arte, acumular práctica es básico para poder obtener el mejor resultado de las condiciones menos favorables o, en otro extremo, de interpretar con destreza la abundancia. Es una técnica, pero también es una manera de aumentar la espiritualidad del autor.

Kariyazaki Shogo es un maestro del ikebana, que utiliza este arte para responder una pregunta que pocos se hacen: cómo las flores pueden crear puentes para fomentar el intercambio cultural.

En una entrevista que realizó el medio digital Nippon.com, el periodista le preguntó a Kariyazaki si podría explicar qué impresión se tiene de esta disciplina en otros países. El maestro respondió: «Con frecuencia se dice que el ikebana es una forma máxima de ecología. Esto se debe a que este arte hace que cada rama y cada flor se expresen por sí mismas. En Japón, existen aspectos en los que de alguna manera aflora una vaga belleza, como la colocación de puertas de madera y papel (shōji) o el uso de luces tenues. En un ambiente así, una única flor adquiere una gran fuerza, su mera existencia transmite algo. Esta manifestación de la belleza ha ido pasando de generación en generación en nuestro país. Se trata de una forma de arreglar las flores que no permite ni quitar ni agregar más».

Lo que queda luego de este ejercicio es una serie de sutilezas, de la riqueza y de la profundidad. Sucede que los medios de autoexpresión de la naturaleza son muy poderosos y ayudan a desarrollar la habilidad de ver nuevas formas que acentúan la singularidad cambiante.

Se ha de terminar con una cita aparecida en el portal de internet Ikabana International: «El aspecto espiritual de Ikebana se considera muy importante para sus practicantes. El silencio es una necesidad durante las prácticas de ikebana. Es un tiempo para apreciar las cosas en la naturaleza que las personas suelen pasar por alto debido a sus ocupadas vidas. Uno llega a ser más paciente y tolerante hacia las diferencias, no sólo en la naturaleza, sino también en general. Ikebana puede inspirar a identificar con la belleza en todas las formas de arte. Este es también el momento en que uno siente la cercanía a la naturaleza que ofrece la relajación de la mente, cuerpo y alma».




Que esta manera de expresar lo más profundo persista. Que todos hagamos ikebana en nuestro espíritu. Que nos veamos pronto.

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