El hombre que ordenó a los gorriones

Han sido unas jornadas complejas, pero de ninguna manera eso nos puede nublar el horizonte. Estamos de vuelta, vengan aquí cerca que tengo algo que contarles. Bienvenidos siempre.

Luego de mirarlo por varios minutos, me habría gustado preguntarle si habla el idioma de los gorriones, pero me faltaban palabras en japonés para hacerme entender y me sobraban escrúpulos para romper la magia. Como asistente a este espectáculo, no debía mover un músculo para que nada parezca fuera de su lugar.

El hombre estaba inalterable ante el frío

La baranda que da seguridad a los visitantes para que no caigan en las aguas del estanque Shinobazu está despintada, el frío se ve más intenso en el metal, pocas manchas blancas de digestiones pasadas relucen mejor que la pintura que alguna vez fue roja. Seguramente rojo bermellón, como es el Japón en su extensión.

El hombre que ordenó a los gorriones cubría su boca y nariz con una mascarilla, a pesar de que entonces soñaban con pandemias unas pocas mentes distópicas. El gorro de lana, la bufanda y el ancho saco estaban ahí para marcar el invierno, los suzukis que eran de los pocos sobrevivientes vegetales al frío estacional.

Me hubiera gustado preguntarle si va todos los días, como una rutina asociada a la jubiliación, a ese rincoón del parque de Ueno, al que pocos extranjeros llegan, menos en ese momento en el que hasta los gorriones temblaban de frío. Qué te inspira para dejar el calor del kotatsu e ir a encontrarte con los gorriones del estanque de Shinobazu.

Hay otros como él, que se acercan para dar de comer a las aves que rondan por uno de los parques que manchan de verde a Tokio: Ueno es zoológico, media docena de museos (entre ellos, el magnífico Museo Nacional), cuatro templos y un corredor alucinante de sakura.

El hombre que ordenó a los gorriones se apoya en una esquina del barandal con cierta displicencia. Creo que es más una pose para pasar desapercibido de todos y de anunciar a los gorriones que ha llegado.

Hay muchas aves en ese estanque, se siente como estar aislado del canturreo metálico de la ciudad. Pero solo los gorriones acuden a donde está el hombre, las otras aves parecen guardar distancia con respeto.

Me gustaría preguntarle si hizo algo extraordinario para que solamente se posen sobre la baranda esos pequeños, y los otros pájaros más grandes se queden al margen, como espectadores, como yo, el único que se ha dado cuenta que ha tomado un puñado de alpiste del bolsillo de su saco. 

El hombre que ordenó a los gorriones no tolera los desmanes, comerán los que estén en la fila. Aquellos que prefieran irrespetar la norma serán retirados con un suave movimiento de la mano.

Quisiera preguntarle cómo logró que los gorriones hagan fila para comer el alpiste sin aspavientos ni egoísmos. Es real, el primer gorrión se acercó al hombre, comió de su mano y el  voló para dejar el lugar al que estaba detrás en la fila. Durante alrededor de 20 minutos los gorriones, y solamente los gorriones, hicieron una columna para comer de la mano del hombre. Algunos se repitieron. Cuando el que comió levantaba el vuelo, los otros mantenían la fila dando saltitos sobre la baranda.


Me hubiera gustado preguntarle al hombre desde hace cuánto lo hace, era evidente que había una familiaridad entre él, los gorriones y el estanque de Shinobazu. Pero, los gorriones estaban en fila, esperando comer de la mano del hombre y ningún ser humano tiene derecho a romper ese momento, ni siquiera con un suspiro.

En ese momento, se sintió que Tokio era como la urbe en un universo diferente y por eso no me atrevo a poner más palabras a la historia del hombre que ordenó los gorriones. Hasta pronto.


Nota: el kotatsu e una mesa bajita (para utilizarla sentados en el suelo) que lleva incorporada, bajo el tablero, una estufa así como una manta o futón para taparse las piernas y evitar que se escape el calor.

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