El sintoísmo es la religión de la armonía

Celebro cada encuentro con ustedes y más este que tiene un sentido especial de solemnidad, la mínima necesaria para hablar de la religiosidad de un país, que no es un asunto que se pueda tratar con dos brochazos.
 

El complejo religioso de Nikko (Patrimonio Cultural de la Humanidad) tiene cerca de 100 construcciones religiosas entre templos (budismo) y santuarios (sintoísmo). Es un ejemplo de sincretismo religioso; la atípica vecindad de dos creencias es extraordinaria en un mundo en el que se cuentan por decenas las guerras santas. Pero en Nikko, al norte de Tokio (Japón, vale decir), hay templos budistas que antes fueron santuarios sintoístas y ciertas deidades del budismo adquirieron características de dioses del sintoísmo.
En la historia de Japón, el sintoísmo es la religión que nació al tanto de su creación y el budismo llegó después de más de diez siglos desde Corea y China (siglo VI). Esta relación difiere de la de Europa en el sentido que en el viejo continente el cristianismo desplazó y anuló a otras religiones: nadie que mire al cielo de otra manera se salvará del fuego infernal.

Dos japoneses se fotografían al pie del santuario de Itsukushima. Foto de Álvaro Samaniego

El nacimiento del Japón debe explicarse a través del sintoísmo (y viceversa) y se lo debe entender desde la lectura atenta del Kojiki, el registro de las cosas antiguas, el primer libro publicado (siglo VII). En él se relatan los eventos fenomenales de la creación del archipiélago y la cultura nipones.
La cronología viene así: dioses en las alturas ha habido siempre, en la Alta Planicie Celestial japonesa había algunos que tuvieron por descendencia a Izanami e Izanagi, una pareja divina de quienes nacieron tres hijos, a los que se les envió a la Tierra para fundar el Japón. Con esa misión descendieron Amaterasu Omikami (diosa del sol), Tsukuyomino Mikoto (dios de la luna) y Susanoo no Mikoto (dios de las tormentas).
El Olimpo nipón tiene dramas como todos, pero para fines de la sabiduría local, el tataranieto de la diosa Amaterasu fue el primer emperador del Japón: Jinmu, nacido en febrero de 711 a.C. Lo cuenta el Kojiki que, años después, puso en palabras lo que se sabía de oídas. Esta es la fecha que, además, se tiene como la de fundación del país, ya hace más de 2.600 años.
El sintoísmo existió sin una estructura formal por siglos, pero cuando el budismo llegó procedente del este surgió la necesidad de darle cuerpo, para que las creencias importadas no se superpusieran por completo sobre las originales. En el portal de internet Watchtower (que pertenece a los Testigos de Jehová), se escribe que «Las dos religiones tuvieron que transigir para coexistir. Los monjes budistas que practicaban la autodisciplina en las montañas ayudaron a fusionar las dos religiones. Puesto que se creía que las divinidades del sintoísmo moraban en las montañas, las prácticas ascéticas de los monjes en las montañas hicieron surgir la idea de mezclar el budismo y el sintoísmo, lo que también llevó a la construcción de jinguji, o “santuarios-templos”. Gradualmente ocurrió una fusión de las dos religiones a medida que el budismo tomó la iniciativa formando teorías religiosas».

El santuario de Amano Iwato. Foto de Álvaro Samaniego

En esos trances, este conjunto de símbolos, creencias y dogmas fueron agrupadas bajo el nombre de sintoísmo, 神道. Dicho en español se traduce como “el camino divino”, es decir, la ruta que se debe seguir para vivir en armonía con la miríada de dioses. Una de las características del sintoísmo es esa, la cantidad. La palabra que se usa en japonés para nombrar a los dioses es un kanji (ideograma chino) que significa tanto “ocho mil” como “número indeterminado”. Los eruditos fijan la cantidad en ocho millones, entre dioses y deidades.
De ellos, unos 200 son principales y en la cima de los elegidos está el dios del viento, sobre el que se ha popularizado un uso erróneo. En el siglo XIII, los mongoles intentaron invadir dos veces Japón y en las dos ocaciones las naves no llegaron por tormentas fabulosas que hundieron la flota. Se adoró, desde entonces a Kamikaze (kami=dios; kaze=viento). Durante la expansión militar del siglo XX, habitualmente los combatientes nipones se encomendaban al dios del viento. El error ha manchado inclusive al diccionario de la Real Academia Española que se dejó llevar por la definición de “piloto suicida”, por la costumbre de soldados japoneses de la II Guerra Mundial, que entregaba su protección al dios del viento, Kamikaze.
 

Ceremonia de conmemoración del nacimiento del emperador Meiji. Fotografía de Álvaro Samaniego
Por su naturaleza, es decir por haber nacido junto con la nación, el sintoísmo ha estado atado al desarrollo histórico del país. En la era Edo (1603 a 1868) se adaptó al régimen de sogunes, daimio y samurái; durante la Restauración Meji (1868 en adelante) y la época de la expansión militar fue declarada como la religión del imperio y luego de la II Guerra Mundial, por imposición de las fuerzas de ocupación de EE.UU., se la colocó junto a otras religiones foráneas, aunque nada tuvieran que ver con la historia y la tradición japonesa.
Llega a nuestros días como una religión no revelada, título con el que se designa a aquellas que no tienen un fundador (como Alá en el islamismo), no tiene un libro sagrado (la Biblia para los cristianos) ni una doctrina (los hinduistas siguen la suya).
Con el budismo hay una cierta complementariedad. Los japoneses se casan en una ceremonia sintoísta y los funerales son budistas. Hay una serie de «obligaciones» ceremoniales, como el Sichigosan (literalmente, siete, cinco, tres), tradición en la que los padres llevan a los niños de tres y cinco años, y las niñas de tres y siete años a ceremonias especiales en los santuarios. 

Fieles rinden culto a figuras sagradas. Santuario de Hie. Foto de Álvaro Samaniego

De igual manera, es un rito obligatorio visitar el santuario en Año Nuevo para devolver los amuletos que fueron utilizados el ciclo concluido y adquirir los nuevos; es una visita que, en el fondo, significa un aporte personal para mantener viva la religión nacional. Se calcula que al templo tokiota de Meiji-jingu acuden el primero de enero unas tres millones de personas.
Al santuario de Ise, que se considera el principal de todos los del sintoísmo, también acuden muchos feligreses y no solo el primer día del año. Es una construcción fundamental para las creencias del sintoísmo y el ejemplo supremo del apego a la tradición religiosa. Cada 20 años, la construcción sagrada se edifica de nuevo, a unos metros de la anterior. Hasta ahora, el santuario ha sido reconstruido (o vuelto a construir) 61 veces (tienes más de 1.000 años de vida). En la primera edificación y las posteriores redificaciones se ha respetado exactamente el diseño original. Es, así, un espejo de la naturaleza y sus ciclos de vida y de muerte, el yin y yang, principio del confusionismo chino.
El principio rector de esta religión es que todos los seres del mundo tienen un espíritu que se debe respetar y esto la convierte en una creencia religiosa que tiene como dogma la armonía del mundo: un equilibrio vital entre naturaleza, los seres humanos y los dioses. Y se puede mencionar otros principios:

  • Los seres humanos han de vivir de acuerdo al sentido innato del bien y la justicia;
  • Todo lo que existe es naturalmente bueno, ya que procede de lo divino. El hombre solo puede ser malo por las condiciones de su existencia;
  • Las infracciones son solo errores y no pecados. Los errores requieren, por tanto, purificaciones y no castigo; el efecto de la purificación refrena las inclinaciones del cuerpo y apacigua el alma;
  • La vía de los dioses exige lealtad, armonía con la naturaleza, actitud benevolente y un sentido de generosidad y paz;
  • Se exige rectitud en los actos, honestidad, corrección y justicia;
  • El individuo debe tener devoción hacia los dioses y los hombres, lo que implica amor filial, tolerancia y respeto a los semejantes;
  • El emperador es dios revelado en los hombres, es la deidad manifiesta, el símbolo del pueblo japonés, el centro de la vida religiosa. Es un objeto suprarreligioso, tanto que el Japón sin el emperador no es Japón;
  • Sería imposible sentirse satisfechos del propio país, de la vida, sin pensar al mismo tiempo que estos beneficios le han sido otorgados individualmente. La persona con quien uno está endeudado, en última instancia, es el emperador;
  • No existe culto a los antepasados remotos sino solo a los recientes. La veneración a los antepasados se hace en un santuario situado en el cuarto principal de la casa;
  • Se ha de aceptar la vida del espíritu después de la muerte, pero esto no implica ninguna enseñanza moral, puesto que no hay premios ni castigos después de la muerte; y,
  • No hay diferencia de destino entre el hombre bueno y malo después de la vida, puesto que no existe maldad esencial. Todos irán a un lugar situado al pie de la montaña más cercana a sus moradas para hacer la purificación.

Purificación con agua en el santuario de Nigatsudo. Foto de Álvaro Samaniego

Los tres tesoros

Los japoneses sostienen la idea (romántica en unos casos o fáctica en la mayoría) de que el Emperador es descendiente directo de los dioses. El Kojiki, libro fundamental, se encargó, con o sin intención política, de asegurar una línea de sucesión desde Jinmu hasta Naruhito, recién posesionado, quien es el heredero 126 de línea directa de descendencia imperial.
El símbolo de la herencia, el vínculo con la Alta Planicie Celestial, está marcado por tres objetos que fueron entregados por los dioses a su representante en la tierra: una espada (que en teoría desapareció), una joya de jade y un espejo. Aún hoy, el acto protocolario central de entronización del nuevo emperador es recibir las reliquias sagradas. Las joyas están depositadas en santuario de Ise que, a estas alturas, ya queda claro que es el principal de la religión.
En Japón hay 87.696 santuarios y 86 millones de fieles del sintoísmo, la segunda religión en número de seguidores, luego del budismo. Cualquier lugar sagrado estará precedido por una tori, que es una arco de madera. Luego, en el sendero de entrada se encontrará un puente, un segundo aviso de que lo que está por llegar es sagrado y lo que queda a las espaldas es profano. Más allá, los visitantes deben pasar por una fuente en la que deben purificar, con agua, las manos y la boca, para luego llegar frente al edificio de ofrendas. El rito es siempre el mismo: dos venias, dos aplausos, una oración y una venia de despedida. La oración es libre, se pide y se agradece. Cerca de este lugar habrá una tienda en la que los fieles comprarán amuletos y otro en donde se colgarán las tablas votivas: son unos maderos sobre los que se escribe un agradecimiento o una petición; en otros casos, tales votos se dibujan en un papel, que se amarra a la rama de un árbol sagrado («dibujar» es un término intencional: los ideogramas que utilizan –kanji- para un visitante parecen ser trazados, que no escritos).

Sanja Matsuri, en el barrio tokiota de Asakusa. Foto de Álvaro Samaniego

Aparte de las consideraciones con respecto a los seres humanos, el sintoísmo tiene a otros dos protagonistas: los dioses o deidades (kami) y la naturaleza. Seguir esta religión implica realizar ritos dispuestos por los kami por respeto y para veneración, se podría decir que es una “amalgama” de ideas y comportamientos que han estado en vigencia por más de dos mil años. Son tradiciones vivas cuyo origen es difuso, el tiempo pudo haber logrado que se borre el origen pero no el espíritu de la fe personal y la vida comunitaria.
Y, sobre la naturaleza, un árbol, la piedra en una montaña o un mono tiene la misma energía vital que los humanos y los kami, de hecho ha desarrollado un sentido de la comprensión del sentido de unidad de la vida. Estos elementos religiosos están juntos a tal punto que es posible reinterpretar el término y decir que el kami es, en sí, una fuerza vital única que habita en el universo para organizarlo.
Los dogmas son importantes para las religiones, tanto como las demostraciones cotidianas, aquellos nimios rituales cotidianos con los que las personas o los pueblos expresan sus creencias. Anualmente se realiza el Sanja Matsuri, un festival que se celebra en octubre, en el cual los vecinos del tradicional barrio de Asakusa llevan a sus deidades en altares móviles hacia el gran centro religioso de Senso-ji. Cientos de miles de personas se reúnen para presenciar el encuentro de kami.
Los japoneses tienen una manera festiva de ser religiosos y, para este caso, festiva también es la manera como expresan su religiosidad. Este culto arcaico se desarrolló junto con el sentido nacional, al punto de haberse vuelto indivisible.


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Comentarios

  1. Shintoismo es la religión tradicional de Japón, la que había antes de ser influidos por creencias exteriores. Shinto es el culto a la Naturaleza, a los Kami, y a varias deidades ancestrales.

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