Japón y su “modelo” anti COVID-19

(Informe especial, 27 de abril de 2020)

Me reúno con ustedes después de mucho tiempo, trastornado, como todos, por este mundo que se convirtió en un conglomerado de claustros familiares.
 

En occidente se mira el caso de Japón como un modelo eficiente de gestión de la pandemia y, al mismo tiempo, se asume con cierta resignación el convencimiento de que tal modelo no es exportable: funciona en Japón porque el país está habitado por japoneses.
La marca con la que se mide la actuación es el número de fallecidos como consecuencia de la pandemia Covid 19. Con una población de algo menos de 130 millones de personas, registrar 372 fallecidos (27 de abril de 2020) es notable.



Mundo
EE.UU.
Japón
Ecuador
Población
7.700’000.000
326’000.000
126’000.000
17’000.000
Casos confirmados
2’864.869
936.616
12.863
22.719
Muertes
200.987
53.694
345
576
Recuperación
737.562
80.203
1.494
1.328
* Información del 26 de abril de 2020


Japón es un país cuyas estadísticas de inicio le hacían candidato excepcional para una catástrofe inconmensurable: el 28 % de la población tiene más de 65 años, tiene un elevado consumo de tabaco, es muy alta la densidad poblacional (la estación de Shinjuku acoge todos los días a tres y medio millones de personas), el área de una vivienda promedio es menor a 50 metros cuadrados.
Pero no sucedió, Tokio, una megalópolis, tuvo un impacto leve en comparación con otra ciudad equivalente como Nueva York y menor inclusive que urbes mucho más pequeñas, como Bérgamo (Italia) o Guayaquil (Ecuador).
Los responsables de alcanzar este desempeño son, de un lado, las decisiones de las autoridades y, de otro, la manera de ser de los ciudadanos, quienes actúan con una suma de tradición y de cultura.
Ha habido dos epidemias en el pasado que asolaron el archipiélago nipón con saña aumentada: la peste de viruela en el siglo VI y el cólera en el siglo XIX. Hashino Yukinori, articulista del medio digital nippon.com, tiene esta descripción sobre lo que sucedió a partir de 1858:
«Hasta la expansión del cólera por el país, en Japón no se había tomado ninguna medida propiamente médica para luchar contra el contagio. El budismo ofrecía viejos conjuros y ritos, en los portales o accesos se colocaban letreros disuasorios, la gente se encerraba en las viviendas y se trataba de espantar el mal percutiendo tambores o tañendo campanas. Ante la relativa efectividad que demostraban tener los tratamientos propugnados por el citado Ogata Kōan o por el médico holandés radicado en Nagasaki J. L. C. Pompe van Meerdervoort, en 1862 el bakufu o Gobierno shogunal ordenó a su oficina de investigación, traducción y publicación de obras occidentales que publicase el "Ekidoku yobōsetsu", que compendiaba en japonés un tratado de higiene escrito por el científico, también holandés, George François de Bruijn (Bruyn) Kops. El compendio promueve medidas profilácticas como mantener limpios el cuerpo y la ropa, renovar el aire de las habitaciones, hacer ejercicio y tener una alimentación equilibrada».
Implícitamente, los ciudadanos se iniciaron en el exigente arte de “temer correctamente” el peligro y tomar las medidas apropiadas.



No solo eso, históricamente la creencia popular se ha encomendado a una criatura sobrenatural llamada Amabie, entidad protector de plagas. El Ministerio de Salud de Japón ha utilizado ahora esta imagen para las campañas de lucha contra el coronavirus.
Unos hechos adicionales deben ser anotados: el archipiélago ha sido castigado por cataclismos colosales que forjaron la naturaleza resiliente de los nipones. Para citar tres últimos: en 1923 un terremoto provocó un incendio masivo en la ciudad de Tokio, que cobró más de 100.000 vidas. Luego, en 1945 Japón sufrió el único ataque nuclear de la historia humana, que mató a alrededor de 250.000 personas; además, los bombardeos estadounidense devastaron el país, le tomó por lo menos 20 años recuperarse. Y, finalmente, en 2011, el triple desastre: un terremoto de 9,1°, un tsunami cuyas olas alcanzaron hasta 40 metros y el desastre nuclear de la planta de Fukushima. Han aprendido a convivir con estos monstruos invisibles, como se explica aquí.
El coronavirus llegó a un país con una Constitución (1945) que no le permite al Gobierno decidir, por ejemplo, una medida como el aislamiento obligatorio de los ciudadanos. Esa decisión es exclusiva del gobernador de cada un de las 47 prefecturas.


Un total de 60 contagios más en el 'Diamond Princess' elevan los casos a 130 en el crucero
La nave amarrada en el puerto de Yokohama. Foto de Eruopa Press

El Primer Ministro sí actuó, sin embargo, para aislar contagiados, como sucedió con el crucero Diamond Princess, que atracó en el puerto de Yokohama el 3 de febrero. Se identificaron 700 pasajeros contagiados, de los 3.000 que viajaban, y 8 murieron finalmente.
Este fue un caso criticado fuertemente por la falta de acción decidida del gobierno nipón, pero reveló el método que ha preferido la autoridad sanitaria local: desarrolló una hipótesis tomando en cuenta el caso del Diamond Princess. Según esta teoría, si se logra aislar a las personas de alta transmisibilidad se podrá contener la enfermedad. Entonces se priorizó el esfuerzo por identificar a estas personas y ser muy severos en aislar los grupos cercanos. Se realizan pruebas a personas identificadas con precisión en vez de exámenes amplios a una población general, como ha sido el enfoque adoptado por la mayoría de países. Los centros de salud han podido operar sin contratiempos.
Kenji Shibuya, director del Instituto de Salud de la Población de la Universidad King’s College de Londres, dijo a la BBC que "La única forma de enfrentar a cualquier pandemia es hacer tests y aislar. Y muchos países no han escuchado. En Japón están desesperados por rastrear a los contagiados. Y lo están haciendo bien en términos de enfocarse en los grupos de enfermos y aislarlos", dice.
Esta alternativa es posible, entre otras consideraciones, porque Japón es un archipiélago en el que es más fácil controlar las fuentes externas de contagio. Fue el caso de la isla de Hokaido, prefectura que decretó un aislamiento temprano que no afectó al resto del país. La focalización y el aislamiento funcionaron y se levantó la medida. Esa isla enfrenta ahora mismo la segunda ola de brotes.

Medical workers in protective suits move a patient in a hospital in Wuhan
Atención médica con alta tecnlogía. Foto de SkyNews

Al control de grupos de alta transmisibilidad, el gobierno ha promovido un método de distanciamiento social que se ha nombrado como 3C: evitar espacios cerrados y con poca ventilación; evitar lugares concurridos, evitar el contacto cercano. Lo que la autoridad hizo fue acoger una práctica social y ampliarla un poco más, como se explicará más abajo.
Es, también, notable la infraestructura sanitaria. Datos del Banco Mundial revelan que este país tiene casi 13 camas de hospital por cada 1.000 personas, más del triple que la tasa de Italia y mucho más que Chile (2,2), México y Colombia (1,5) o Perú (1,6).
Por lo demás, los centros de salud tiene experiencia, equipos y conocimiento para el tratamiento de enfermedades respiratorias que son muy comunes en la enorme población de más de 65 años de edad.

La cultura del no contacto

Mientras la mayoría de países se agotan tratando de evitar que sus ciudadanos tengan contacto, para los japoneses esa es un rito cotidiano. La persona que está enferma usa mascarilla desde hace décadas y como una práctica común.
Los japoneses no tiene la costumbre de toparse, menos aún de abrazarse. Se saludan con un venia que asegura cuando menos un metro y medio de distancia. Por otro lado, es considerado una falta de etiqueta hablar en uno de los lugares de mayor concentración, que es el transporte público. Los vagones del metro son sitios tranquilos a pesar de ir abarrotados. Eventualmente, muy eventualmente, como una muestra de respeto a un extranjero saludarán con un apretón de manos.

El famoso paso de Shibuya. Foto de Japan Today

El ejemplo extremo es el cruce de calles en el barrio Shibuya, por el que pasan unas tres millones de personas. A pesar de la cantidad de gente, es extraño que dos personas se topen. Es una experiencia asombrosa.
Luego, tienen los japoneses prácticas de aseo permanentes que, nuevamente, son parte de una práctica de respeto social, más que una obligación personal. El ejemplo que asombró a todo el mundo fue el de japoneses que asistieron a alentar a su selección de fútbol en estadios extranjeros y antes de salir limpiaron los lugares que habían ocupado. Ese es un acto común y parte de otras maneras de ser que se explican aquí.
Dos muestras para explicar lo dicho: una de las actividades que deben aprender los niños en la escuela es limpiar, porque hacerlo es bueno para todas (y nadie se siente humillado). Luego, al llegar a la casa, a la oficina y a muchos edificios, se quitan los zapatos consecuentes con el principio de que la suciedad del mundo debe quedar fuera de casa. La medida de desinfectarlos les resulta ociosa. Y, por esto mismo, por ejemplo, los baños públicos se limpian permanentemente.
Luego, por los desastres que históricamente han sufrido, desarrollaron un sentido especial de la solidaridad. El grupo siempre está por encima del individuo, porque de ello depende el bienestar del conjunto. Las escenas de almacenes vacíos provocados por personas que se adueñan de cantidades innecesarias de productos es rara en el país del sol naciente.
Este comportamiento se suma a uno que es extraño en el mundo: confían en las autoridades. Es posiblemente el país que menos acogida tienen las noticias falsas, siempre estará primera la información oficial porque confían en que es cierta, y desconfían de los chismes, lo que compromete a los gobernantes para que sean especialmente transparentes. Esta confianza es uno de los factores que ha impulsado a Japón a ser una de las más grandes potencias del mundo. El efecto, en el caso del coronavirus, es fundamental, basta que la autoridad de la prefectura sugiera una medida de aislamiento para que las personas se queden en casa.

Barrio de Shibuya. Foto: Álvaro Samaniego
Por último, caben las palabras de Satō Masaru, escritor, quien afirma que «Japón se caracteriza por su cultura de la vergüenza, por lo que, si se pide que la gente se abstenga de salir, se ejercerá una presión comunitaria. Confío en que, con esta medida, se puedan reducir los contagios».
Rochelle Kopp, del Japan Times, escribió que «También puede existir la preocupación entre los japoneses de el diagnóstico de COVID-19 llevaría a ser vistos negativamente por otros. Esto se debe a que en Japón a menudo hay una tendencia a culpar a las personas por enfermarse... Por ejemplo, una amiga japonesa me dijo que cuando era niña, su madre temía que se resfriara, para que el maestro no la pusiera mala nota por insuficiencia de kenko kanri (gestión de la salud). Experimenté esto de primera mano cuando enseñé un seminario hace unos años. Tuve problemas de garganta persistentes después de un resfriado fuerte y tosí demasiado durante la conferencia, y uno de los participantes japoneses me amonestó en un formulario de evaluación escribiendo: «Motto kenko kanri o shiro» («Deberías controlar mejor tu salud»).
Este control social se disuelve con los extranjeros que no tienen un comportamiento parecido como parte de su esencia social. Esa fue, además, una de las razones por las que se decidió postergar los Juegos Olímpicos por un año, eventualmente no se sienten capaces de lograr el mismo efecto con miles de atletas de todas partes del mundo. Fue una opción que costó mucho, el país había hecho una inversión superior a los 10.000 millones de dólares y el aplazamiento hará que gaste USD 2.500 millones más. En 2020 Japón habrá perdido el 1,6 % de su Producto Interno Bruto.
La disminución del PIB sería peor si la gestión de la pandemia hubiera sido defectuosa. Si Japón ha sido noticia se debe a que, tal como ha sucedido con Hong Kong, Corea del Sur y Taiwan, hubo una cohesión equilibrada entre la acción oficial y el compromiso ciudadano. Esta una virtud que se cultiva y la virtud se convierte fuerza frente a los desafíos.


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Me ha encantado estar con ustedes. Hasta pronto.

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