Naruhito y las montañas

Bienvenidos a esta entrega que vuelve a celebrar el inicio de una nueva era en Japón, Reiwa. ¿Se unen a la algarabía?

Hiro-no-miya Naruhito Shinnō, o simplemente Naruhito, ha estado siempre, para utilizar una metáfora, en el piedemonte, ese lugar en el que se unen los llanos con los cerros.
Su vida ha sido, y es hasta ahora, un punto de inflexión en el que algunas tradiciones de la Casa Imperial del país del sol naciente se han modificado y otras se han fortalecido.
Esas dos tendencias se reprodujeron durante dos de las ceremonias de entronización de Naruhito, cuando se sentó en el Trono del Crisantemo para continuar con la más antigua descendencia imperial de la Tierra.


 
El primer momento sucedió el día de su asunción: se produjeron, según estipula la tradición, dos actos de fuerte protocolo; el notable es el primero: un emperador llega a ser tal cuando recibe los Tres Tesoros del Japón y los sellos imperiales.
Todo el ceremonial se resolvió en menos de diez minutos y en silencio total. No hubo discursos, himnos, glorias o salvas, el mayor símbolo de respeto al Emperador fue el silencio, que solo dejo de cubrir el salón (despojado de todo oropel) con los sonidos de las pisadas sobre la madera de quienes entraban y salían.
Un silencio tal es probable que Naruhito solo pueda encontrar en las montañas, a las que vuelve siempre, desde hace 50 años,  siempre va allá donde viven los espíritus.
El segundo evento sucedió enseguida: durante todo un día, el Emperador saludó por 6 veces a los japoneses, que acudieron al normalmente cerrado Palacio Imperial de Tokyo para expresarle sus respetos. En cada presentación, el Emperador y su familia aparecieron en un balcón para saludar con los nipones y aprovechó para expresar unas palabras de aliento. A cada una de las seis presentaciones asistieron no menos de 100.000 personas.
De esta manera se cumplió este hito en la vida de Naruhito quien es el primer Emperador de postguerra: nació luego de las décadas más convulsas de la historia del país en la era moderna.
En el pasado, al cumplir la edad necesaria los tutores se habrían encargado de su formación, pero sus padres, Akihito y Michiko, decidieron que se mantuviera junto con la familia y asistió regularmente a sus clases escolares, colegiales y universitarias en el prestigio instituto Gakushūin, creado para educar a la nobleza japonesa.
Por momentos, la formación privilegió educar a un hijo de familia más que a un emperador.
Tuvo luego una paso rápido por la británica Merton College Oxford University, para luego volver a sus montañas, sin las que no pude vivir. De hecho, es miembros de la Sociedad Japonesa de Montañismo.
El archipiélago de Japón está formado por un territorio montañoso en más del sesenta por ciento. Se produce una disputa permanente por las escasas áreas llanas en donde se asientan las ciudades y donde se puede cultivar los campos. La vida de los japoneses no se puede separar de sus montañas.
La tendencia de Naruhito fue a identificarse con el agua, recurso que en su país es abundante (porque se cuida las montañas), pero peligrosamente escaso en el resto del mundo. Publicó un libro en el que describe una romántica visión del Támesis, que atraviesa Londres, para luego se nombrado presidente honorario de la Junta Asesora de Naciones Unidas sobre Agua y Saneamiento (2007 a 2015).
De la misma manera como el agua fluye por las montañas, lo hace la historia de la casa imperial cuyas funciones históricas han sido fundamentales para la vida del país. Sufrió un embate poderoso cuando el gobierno de Estados Unidos “supervisó” la redacción de la Constitución de posguerra, que está vigente, limitó las funciones del Emperador a “símbolo de la nación y la unidad de su pueblo”.
No tiene funciones políticas específicas pero mantiene una fuerte influencia lo que obliga a Naruhito a revisar –y modificar si es del caso- sus funciones, con una tendencia a la modernización. Japón tiene las virtudes y las dificultades de un país cuyo desarrollo supera al de la mayoría de naciones del mundo, la prensa occidental ha aprovechado para poner énfasis en la necesidad de que se trabaje profunda y rápidamente en la igualdad de género.
El ejemplo que se toma es que resulta inaceptable que su esposa Masako no haya asistido a la ceremonia de entrega de los Tres Tesoros y los sellos imperiales, porque el evento estuvo reservado a los varones de la familia y del gobierno (la única mujer asistió porque es ministra).
Owada Masako, su compañera de ascensión a las montañas, es su esposa desde 1993, cuando dejó la carrera diplomática para formar parte de la formalidad imperial. Esa presión pudo haber sido la causa para que desarrolle un trastorno de adaptación.
A pesar de la enfermedad de Masako, o a causa de ella, Naruhito ha desarrollado una fuerte relación con su familia, mucho más de lo que el protocolo tenía escrito.
Se ha portado con su hija Aiko como un padre moderno, asumiendo responsabilidades que históricamente estuvieron reservadas para las madres o para los asistentes de la Casa Imperial
Naruhito, en el piedemonte, ha demostrado ser prudente, una actitud que respeta los tiempos de un país que está a la vanguardia del mundo en muchos aspectos al mismo tiempo que no descuida el permanente florecimiento de su identidad y cultura.
La próxima vez, volverá a las montañas como Emperador y se encontrará, sin duda, con sus ancestros y con los espíritus que cohesionan este archipiélago. 


Hemos de vernos pronto, me comprometo a ello y les dejo un acotado álbum de fotos de Naruhito.



Naruhito y Masako

Naruhito y Masako con vestimenta tradicional
El nuevo emperador junto a sus padres

Los años de estudos en Inglaterra
La familia imperial
Un apasionado por la música



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