Repensar Tokio (y no perderse en el intento)
Bienvenidos, siéntense por ahí que enseguida comenzamos. Este artículo fue publicado, originalmente, en Revista MundoDiners, en el año 2012. Y dice así:
Shintaro
Ishihara. Difícil ponerse en los zapatos del que entonces era el Gobernador de la prefectura de Tokyo.
Administrar la ciudad con la mayor densidad de población del mundo y cuyos
vecinos son el mar y los terremotos es una tarea de valientes.
Uno
de los problemas de Ishihara es que no queda un centímetro cuadrado libre en la
ciudad para poder satisfacer las necesidades crecientes de los ciudadanos.
¡Uf!, problemas gordos, aunque tiene la ventaja de administrar un espacio
ocupado por ciudadanos responsables. Los necesita para que este monstruo no
colapse.
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La Torre Mori, reflejada en la fachada de una tienda de alto rango |
Juunko Kojima sale todos los
días de su apartamento de 38 metros cuadrados para aparearse con la maldita
rutina; camina los mismos 7 minutos hasta la estación de metro, viaja iguales
23 minutos, asciende a la ciudad por la misma puerta 4B, camina otros tantos 8
minutos y llega a su oficina.
Lo hacen así los 15 millones
de habitantes del Tokyo metropolitano. La apariencia brillante de las ciudades
cosmopolitas tiende una mortaja sobre los individuos: mientras más habitantes más
soledad.
Gran paradoja porque es la
ciudad con mayor densidad poblacional del mundo (equivale a todos los ecuatorianos metidos en la mitad del territorio de la provincia de Imbabura).
Minoru Mori, diestro
empresario de la línea inmobiliaria, notó que la ciudad propendía a formar
ciudadanos ejemplarmente responsables y profundamente solitarios. Además de
buscar un buen negocio, Mori trataba de devolver a los tokiotas el placer de la
vida de comunidad. Crear los espacios para que se comuniquen con seres humanos
iguales a ellos.
Soluciones: desarrollar un
complejo para que las personas gasten menos tiempo en ir de aquí para allá y lo
usen más para verse con sus conciudadanos en situaciones distendidas.
Mori creyó firmemente que
podía darle un mejor estilo de vida a personas como Kojima si ponía todo junto:
vivienda, manutención, trabajo y diversión. "Mi visión es crear una ciudad
dentro de la ciudad con todo lo necesario para la vida diaria", dijo Minoru
Mori.
El lugar que halló como
adecuado se conocía como Roppongi (六本木), “seis árboles”.
Literalmente. Había seis árboles que eran la marca distintiva de seis zonas
propiedad de un número igual de sogunes,
jefes militares.
Con el tiempo las tierras se
parcelaron y Minoru Mori, para comenzar su proyecto, tuvo que comprar 400 lotes
de terreno y alcanzar la superficie que necesitaba para la edificación del
proyecto Roppongi Hills, 109.000 metros cuadrados.
Roppongi no es solamente el
proyecto de Mori. Se puede decir que es una zona que va desde Roppongi Hills
hasta la Torre de Tokio, pasando por Tokio Midtown. Evidentemente buena parte
de la vida de esta zona está en la avenida Roppongi Dori.
Vamos por partes. El complejo
Roppongi Hills debía tener todo –y lo tiene. Con una inversión de USD 4.000
millones fue inaugurada en 2003 esta micro ciudad futurista.
El eje del complejo es la Torre
Mori: un mirador de la ciudad desde donde se palpa la magnitud de Tokyo. Una
gran galería de arte, un centro de desarrollo del conocimiento, cinco salas de
cine, un hotel y una centena de almacenes y restaurantes.
Fuera de la gran torre existe un
jardín hermoso, un escenario al aire libre para actos culturales, un canal de
televisión, cinco edificios de apartamentos y dos más para oficinas.
En total, 800 apartamentos. Las
oficinas son ocupadas por huéspedes como Yahoo Japan, Credit Suisse, Ferrari,
Google y Goldman Sachs. En las enormes
torres, diseñadas por corporaciones de arquitectos japoneses, un departamento
de 60 metros cuadrados puede costar USD 10.000 dólares de renta al mes. Es uno de los lugares más caros de la ciudad.
Desde Roppongi Hills se mira,
al fondo, la Torre de Tokio. La torre, en realidad, se ve desde todas partes.
El diseño se inspiró en la Eiffel parisina pero tuvieron el cuidado de hacerle
8,6 metros más alta.
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Tokio, visto desde el mirador de la Torre Mori |
De acuerdo a las
especificaciones del tráfico aéreo, está pintada de rojo y blanco, pesa 4.000
toneladas y sirve como base de las antenas de transmisión de radio, televisión
y señales digitales.
En el medio está Tokyo
Midtown. Este edificio, la torre de transmisiones y la Torre Mori son las tres
edificaciones más altas de la ciudad. Cada una con una cara completamente
diferente.
Es evidente que el estilo de
Tokyo Midtown difiere mucho de Roppongi Hills pero la finalidad es la misma. En
Midtown hay un intento (exitoso) de rescatar el corazón del Japón, pero el uso
que se da al espacio es el mismo.
Se destaca, sobre todo, el
enorme y hermoso parque de la parte trasera, que durante las festividades de
navidad se ilumina con cientos de miles de luces. Pero es más que bombillos de colores, son 250.000 luces LED
armonizadas por computadoras, que son capaces de crear una sensación de viaje
interestelar.
Menos tradición y más confort
Una bomba atómica puede hacer
muchas cosas. Puede destruir un país, puede cumplir la devastadora metáfora
bíblica de no dejar piedra sobre piedra. Ni dejar un alma entera.
Pero una cosa es hacer gala de
poseer el arma más destructiva construida por el ser humano y otra es soltar
una estratégica política que devaste hasta la identidad de una nación.
Hace 70 años que Estados
Unidos lo hizo: botó bombas atómicas sobre la población civil de Hiroshima y
Nagasaki e inició un proceso de devastación de la nación japonesa. Querían
asiáticos aliados y para ello no hay nada mejor que volverlos a la cultura
estadounidense: que coman MacDonals y no obento
(colación típica japonesa,lonchera).
Mucho de la invasión cultural
al Japón se nota en Roppongi. La mayoría de los negocios están hechos para
satisfacer los gustos de los extranjeros más que para servir de imán hacia las
tradiciones japonesas.
Tener clientes contentos –que
gasten bastante- también deja un espacio a lo japonés puro. Es decir, la
mayoría prefiere perder lo menos que sea posible el confort de su metro
cuadrado, comerá fideos a la japonesa, que no es una aventura extrema, pero
probablemente no un delicioso okonomiyaki.
La variedad está ahí, en Roppongi
Dori, en la gran avenida. La lección principal es mirar hacia arriba. Al
contrario de las avenidas tradicionales en las que movimiento está a la altura
de la planta baja, la densidad poblacional les obligó a la conquista del
concepto de lo vertical.
En la planta baja de cualquier
edificio de medio pelo puede estar una farmacia, en el siguiente piso un
restaurante de comida mexicana, luego un bar especializado en vinos
californianos y jazz, un bailadero de música electrónica, un restaurante de
comida italiana y en la planta más alta un bar de sake.
Para abajo, también. Las
estaciones de metro son microciudades subterráneas. En los interminables
pasillos hay supermercados y restaurantes. A Roppongi se llega usando las
líneas Hibiya y Oedo, esta última es una de las más nuevas y, por tanto, de las
más profundas. Las escaleras eléctricas para llegar al andén son interminables,
da la sensación de estar demasiado cerca de ardiente centro de la tierra (aquí hay algo más sobre la vida subterránea de la ciudad)
En las estaciones y en los
edificios hay que mirar la información, que puede estar sobre las cabezas o
bajo los pies. O en la voz medio gangosa de decenas de jóvenes que reparten
propaganda con esfero, propaganda con kleenex, propaganda con cupón de
descuento, folletos, catálogos.
Puede ser eventualmente
agobiante la cantidad de información. A Anthony Bourdein, quien tuvo uno de
los mejores programas de televisión sobre las comidas del mundo, le llamó la
atención esta particularidad, la de la cantidad de noticias, datos,
aclaraciones y alarmas que hay por todas partes y una buena parte de ellas son
alarmas sonoras.
A propósito de catálogos: una
cadena de establecimientos de diversión para adultos del género masculino
reparte impresos de varias páginas en los que constan las fotos de las niñas
que serán motivo de la diversión, sus medidas y el tipo de sangre. Claro, la
tarifa. La propaganda se reparte en las calles y la tolerante cultura nipona lo
acepta sin reparos.
Información. Roppongi está
recargado; los letreros luminosos, los repartidores de propaganda, pregoneros
de las bondades de los locales, voces sensuales salidas de parlantes bien
ocultos. El griterío puede parecerse a la feria de un pequeño pueblo de los andes
ecuatorianos.
La hora y el uso
Hay tres momentos diferentes
en Roppongi. En el día, miles de japoneses con trajes negros, camisa blancas y
corbatas negras corren de un lado a otro para cumplir con sus oficios. Las
mujeres, o bien visten traje formal o usan pantalones cortos, medias sobre la
rodilla, una chaqueta y zapatos con tacones de diferente envergadura. Solo los
extranjeros van diferente. Al mediodía se repletan los restaurantes
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Tokio Midtown |
Cuando terminan las horas de
oficina se encienden los bares, es muy típico para un japonés tomar un trago
antes de ir a casa. Van muchos y con frecuencia a los restaurantes del mediodía
que luego se transforman en bares.
Más tarde se prende la fiesta,
que puede comenzar a las diez de la noche y alargarse hasta las seis de la
mañana, cuando el sistema de tren subterráneo reanuda sus locas carreras uterinas.
Por mucho tiempo, la vida
nocturna de Roppongi estuvo regentada por los yakuza (mafias locales) y luego
por nigerianos, pero aumentaron mucho los controles de venta de droga y se
diversificó la propiedad de los antros.
En Roppongi Dori, una de las
vías principales de la tercera economía más grande del mundo, el movimiento es
superrevolucionado. No es raro que cualquier turista recién llegado note, en
minutos, que ha caído en ese rito. Pero que, además, trate de bajarlo.
Pero pasa un Maserati, cuyo
motor suena como los ronquidos del mismo Godzila y cuando termina la
fascinación de ese monstruo de fierros se habrá dado cuenta que ha vuelto a
caminar a ritmo forzado.
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Asalariados caminan presurosos por Roppongi Dori |
Tiene la posibilidad de doblar
por una callejuela donde alcanza al milímetro un vehículo, caminar 20 metros y
encontrar edificios de dos plantas adornados con macetas o un pequeño templo; una
anciana que empuja su carro de compras, con la espalda encorvada y la dignidad
de un guerrero; un pequeño furgón que ha abierto las puertas y vende verduras o
una caminoneta que tiene instalado en el balde un horno de leña en donde se
asan papas.
El turista habrá entrado a los
espacios donde Tokyo es una ciudad profundamente tradicional y silenciosa. En
esa otra urbe también tiene que pensar Shintaro
Ishihara. ¡Qué difícil estar en sus zapatos!
Roppongi
se repiensa todos los días. Muta de identidad pausadamente, mientras los seis
árboles cambian con las estaciones. Su dimensión le impide un minuto de quietud
porque puede morir asfixiada por su propio peso.
Eso es lo que quería contarles. Pero les contaré más, solamente dejen que aclare las ideas. Hasta entonces.
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