Las silenciosas heridas del mayor desastre del mundo


Lo bueno de encontrarnos es que siempre tenemos cosas interesantes que decirnos. Les invito a escarbar un poco sobre un tema duro de asimilar.

Cuatro años* después del Gran Terremoto del Este de Japón algo más de 200.000 personas no habían recuperado todavía la tranquilidad de vivir en su residencia, cientos de miles de damnificados no habían podido iniciar el proceso de dejar en el olvido este desastre porque todavía lo estaban viviendo.
Durante los actos oficiales que se realizaron el 11 de marzo de 2015 las autoridades ofrecieron redoblar los esfuerzos para provocar que los japoneses dejen su estatus de damnificados y se integren a la vida normal del país.
Cuatro o cinco años no es mucho tiempo para el mayor desastre del mundo, vistos los toros de lejos, pero son heridas silenciosas que se han instalados como vecinas a las que se ve todos los días, desde hace miles de días.
Lo saben, por ejemplo, los habitantes de Rikuzentakata y Kesennuma, dos pueblos que tienen sus historias particulares sobre los efectos del desastre (y que se las puede leer aquí)
No hay duda de la magnitud del infortunio. La energía liberada en el epicentro, a 100 kilómetros en el océano Pacífico y a seis kilómetros de profundidad, fue equivalente a 2’000.000 de veces la bomba atómica que lanzó Estados Unidos contra la ciudad de Hiroshima durante la II Guerra Mundial. Dos millones de veces.
Eso provocó el terremoto más fuerte de la historia de Japón, fue medido en 9°, hubo una decena de réplicas de 7°, una centena de 6° y miles de movimientos sísmicos de menor intensidad.
Tras el terremoto se produjo un tsunami que golpeó con una violencia inusitada la costa norte de la isla de Honshu, la más grande del archipiélago nipón. Cientos de pueblos y pequeños puertos pesqueros fueron arrasados.
El dato que se reconoce como oficial y que ha sido provisto por la Agencia Nacional de Policía es de 15.891 muertos y 2.584 desaparecidos. Además, 223.000 damnificados.
Leído así pueden parecer estadísticas reales y objetivas; pero, no forma parte de estas informaciones formales y numéricas el hecho de que todo el Japón se movió tres metros debido a un terremoto que fue capaz de desplazar el eje de la Tierra.
Entonces, el título de esta nota comienza a explicarse: el Gran Terremoto del Este de Japón está entre los diez más fuertes registrados por la humanidad: eso ya le convierte en un fenómeno descomunal; el tsunami que le siguió está también en la cima de la lista registrada; esta fuerza titánica de las aguas mansas del Pacífico fue transmitida en vivo y vista por todo el mundo; y, para completar el cuadro catastrófico, uno de los dos accidentes nucleares más fuertes de la historia de la humanidad: Fukushima no resistió a los dos anteriores. Es la suma de tres colosos que intentaron poner de rodillas al terruño de Godzilla.
A pesar de este golpe, se puede afirmar que Japón superó la prueba: el número de víctimas es menos del 10% del tsunami de Tailandia y del terremoto de Haití sumados, que sucedieron cerca en el tiempo.

Un barco de más de 300 toneladas fue arrastrado un kilómetro tierra adentro por el tsunami de 2011

Una consideración inicial podría utilizar el argumento de que todavía es muy pronto para volver a la rutina después de que una sola isla recibió tres zarpazos mayores.
Parecería ser que la reacción del gobierno no ha sido tan ejecutiva como se hubiera esperado, teniendo como antecedente que es la segunda economía más grande del mundo. Se supone que tiene recursos para actuar de inmediato.
Pero, el triple desastre también fue económico: los daños causados equivalieron al cinco por ciento del Producto Interno Bruto (según el FMI) de casi cinco billones de dólares (US$ 5’000.000’000.000). Esa sería la razón por la que se podría explicar cierta lentitud.
En los eventos se destruyeron 45 700 construcciones y otras 144 300 fueron dañadas seriamente (como dato al margen, se perdieron 230 000 automóviles).
Se puede mencionar algunas causas por las que todavía hay más de 200.000 damnificados y la primera ha sido dicha ya: el gobierno ha construido solo 6.000 casas, de las 30.000 que había planificado inicialmente; este esfuerzo es todavía menor, podría resolver menos del 20 % del problema.
La reconstrucción de la obra pública (carreteras, servicios básicos) ha sido rápida, lo cual ha permitido restaurar las condiciones para que se reactive la vida normal y para que se reconstruyan las viviendas. Pero, lo que ha hecho el gobierno ha sido poco, en materia construcción residencial.
Los ciudadanos no han podido hacer mucho: la mayoría perdieron sus posesiones: casa, carro, electrodomésticos; los monumentos dolorosos que se mantuvieron fueron los cimientos de las viviendas, en algunos casos ni siquiera eso.
Uno de los fenómenos colaterales que ha tenido más impacto a largo plazo es que la costa norte de la principal isla de Japón se hundió un metro. En la costa, en esta parte, dentada, como una sierra, se suceden decenas de pequeñas radas con sus puertos que son, desde la perspectiva contraria, la desembocadura de riachuelos. Ahora, las autoridades están empeñadas en dos obras que resultan fundamentales para recuperar la normalidad.
Una de ellas es construir rompeolas aún más grandes que los anteriores. En estas pequeñas ensenadas había pueblos de pescadores que se defendían de las eventuales desavenencias del mar con muros, se pensó en ellos para detener los tsunami. Pero el que atacó luego del Gran Terremoto del Este sobrepasó y destruyó las barreras con una facilidad extraordinaria. Olas de casi 20 metros contra muros de siete u ocho metros.
La población no se siente segura si no los tiene, los que se han construido o están en proceso son todavía más altos. En el fondo tratan de que el mar siga siendo el dador de vida de esos pueblos y del archipiélago nipón, y tratan de detener las ínfulas del Pacífico cuando se pone insoportable por los terremotos. Se espera que cuando las barreras estén listas los habitantes sientan el amparo suficiente para volver a construir sus casas.
Por otro lado, como se dijo ya, la costa se hundió. En algunos pueblos se está llevando a cabo una gran obra que es alzar el terreno, se transporta tierra desde las montañas y se está nivelando pequeñas planicies tres metros por encima del nivel del mar para construir las viviendas sobre estos territorios elevados con artificio. Pero esta solución también tomará tiempo.
Otro de los aspectos que impiden una vida normal para los damnificados es que muchos perdieron todo, y se quedaron con las deudas. Es decir, pagaban todavía los préstamos con los que compraron las casas que ese 11 de marzo de 2011 fueron arrastradas como hojas. El gobierno llevó a cabo un programa urgente que posibilitó reducir las deudas a la mitad. Fue alivio, pero no una solución: quienes perdieron sus viviendas y se quedaron con la mitad de la deuda pero habían perdido también los medios para generar el dinero con el que rehacer sus vidas.
Luego, están quienes fueron llevados al límite, que debieron salir a toda velocidad de sus casas (la mayoría maltrechas) para evitar la contaminación radioactiva producto del accidente nuclear de la planta de Fukushima (más información sobre la generación nuclear de Japón hay en este vínculo).
Unos 70.000 japoneses han estado intentando reubicarse para no tener contacto con las emisiones de radioactividad o la contaminación del agua y la tierra. Evidentemente debieron abandonar las actividades relacionadas con la agricultura, ganadería y pesca, en una área de exclusión de 30 kilómetros.
Informaciones que no han se han desmentido aseguran que unas 3.000 personas murieron después de la triple catástrofe afectadas por las consecuencias de haber perdido todo lo material. Pero también a los suyos: hubo pueblos en los que murió la mitad de la población.
La descontaminación de esta zona, la única manera de garantizar una vida de calidad para los habitantes, tomará todavía mucho tiempo. Tepco, la empresa propietaria de la unidad de generación, tiene todavía que resolver qué hacer con 30 millones de toneladas de desechos radioactivos y espera desmantelar la planta en los siguientes 40 años.
El Primer Ministro, Shinzo Abe, declaró en 2015 que ”Vamos a poner todo en movimiento para reconstruir las regiones siniestradas, manteniéndonos cerca de las personas directamente afectadas por la catástrofe, obligadas a vivir en una profunda tristeza".
A pesar de todos los problemas que todavía están pendientes de resolución luego del mayor desastre del mundo, la preocupación suprema se centra en lograr que unas 230.000 vuelvan a sus hogares y restablezcan la cotidianidad.
Diario El País, de España, publicó un artículo en el que se afirmó que “Sin embargo, la ansiedad que provoca entre los japoneses la posibilidad de un accidente en una central nuclear ha crecido el triple que el miedo a un nuevo terremoto catastrófico, según un estudio de varias universidades japonesas que compararon los miedos frente a 51 amenazas (como desempleo, guerras o enfermedades) de la población nipona en 2008 y en 2012.”
"Han pasado cuatro años desde el gran terremoto del este. No podemos olvidar las imágenes, realmente terribles, que vimos en ese entonces", declaró el emperador Akihito. "En esos cuatro años, en circunstancias penosas, todos lograron tejer vínculos, unir sus fuerzas, pero las situación sigue siendo difícil. Es importante seguir ayudándose", agregó.
No hay otra forma de sanar las silenciosas heridas del mayor desastre del mundo.

Luego, en 2016, el emperador dijo: "Japón goza de una naturaleza bella, pero que al mismo tiempo puede tener un lado peligroso. Espero que sepamos aprender esta lección tras llevar a cabo un gran sacrificio, y que el pueblo japonés mantenga su coraje ante los desastres".

En unos días más volvemos a vernos, les invito a un café.

*Este artículo fue revisado al celebrarse el quinto aniversario, en marzo de 2016.

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