El paisaje convertido en bonsai

Siempre es un gusto estar con ustedes:

Pasearse por el parque. Está en la cultura occidental que pasearse por un parque sin que le paguen por eso es una falta grave en el uso utilitario del tiempo. Un sendero y los árboles son útiles como escenario para trotar y preparar el cuerpo para dar un uso utilitario al tiempo. El resto va a la columna de pérdidas.
Pero, en el Asia, sobre todo en los países que han tenido alguna influencia del budismo, la quietud es parte de lo cotidiano: el tiempo es oro en la medida en que se puede usar de acuerdo a sus necesidades, que no necesariamente son monetarias. Eso hacen, miran un paisaje sin más intención que mirarlo.
Casa de té en Hama Rikyu, en el medio de Tokyo
Desde hace dos mil años se construye jardines y parques con apego a una estructura conceptual. Es decir, no se amontonan las plantas porque son del mismo color y porque se ajustan a una lógica geométrica, simétrica; hay otras reflexiones que se parecen mucho a los retortijones de las ramas de los matsu: los trazos de la caligrafía de los dioses.
Entre los conocimientos que toman en cuenta los japoneses cuando diseñan un jardín hay uno fundamental: debe ser una composición escénica que reproduzca con la mayor fidelidad el "orden" de la naturaleza.
Los diseñadores tienen en cuenta tres ejes clave: es una reproducción de la naturaleza en una escala reducida; cada elemento tiene una simbología clara; y, se construyen escenas que existen en la realidad, las que llaman "vistas prestadas".
Ahora, en el título de esta nota se usa la palabra bonsai. Es una de las tantas palabras importadas de la China y japonizadas, su traducción literal es "naturaleza en bandeja" (en el chino es "cultivo en bandeja").
Trabajadores podan los matsu (pinos) en Hama Rikyu
Tiene altos niveles de complejidad debido a que los elementos tienen significados y, al final, la suma de flores, piedras y cascadas será una narración, la adición coherente de símbolos con el objetivo de contar una historia que no tiene desenlace.
Van unos ejemplos, la arena blanca simboliza la presencia del mar y las rocas de islas, lo cual es el reconocimiento de que el país es un archipiélago. Por otro lado, las rocas y una manera específica de juntarlas significa que es un lugar habitado por los dioses.
La religión japonesa, el sintoísmo, tiene una conexión fortísima con la naturaleza y es lógico que un árbol puesto aquí y una flor colocada allá tengan una motivación mística, es una parte de los rituales cotidianos. El mundo físico está plagado de deidades, de manera que aquella montaña que se ve desde la carretera en cualquier viaje es sagrada. Los jardines y parques recogen también esa divinidad; pero del tamaño de un bonsai.
El jardin zen de Ginkakuji
Generalmente, los jardines se dividen en dos tipos: los que tienen colinas y estanque (como el de Hama Rikyu, metido en el corazón del barrio de Shiodome, en Tokyo) o los planos, donde no hay ni colinas ni estanques, como el que está junto al santuario de Ginkakuji, uno de las decenas de patrimonios de Kyoto.
En el primer caso, el jardín sirve para pasear, para ir a través de él. En el de Suizenji (construido en el siglo 17), en Kumamoto, permite cruzarse por un templo, luego por un escenario para representar el Noh, más allá una casa de té e inclusive hay espacio suficiente para los monumentos de los sogunes que construyeron el jardín.
En el segundo caso, sirven para verlos. El del Ryoanji es un jardín zen de arena blanca perfectamente peinada que tiene quince piedras reunidas en varios grupos. Fue construido para mirarlo desde el santuario al que está pegado, para meditar con los ojos clavados en semejante simpleza.
Es un rectángulo sobre el que se disponen unas islas de rocas. Solamente desde un punto se puede mirar todas y para los turistas es un juego tradicional encontrar este balcón escondido desde donde se puede mirar y contar todas las piedra.
La diferencia básica con los diseños occidentales es que los japoneses no tienen grandes extensiones cubiertas con césped para que los transeúntes se recuesten, coman sus viandas, beban vino y se recompongan con una siesta apacible, acompañados por zumbidos y trinos.
Ryoanji, el jardín de piedras
Se lo puede hacer también en los japoneses, pero habrá una banca o una glorieta, a lo mejor sitios no tan extensos para tender un mantel. Se servirán el obento, beberán sake y en vez de recomponerse con una siesta se descompondrán totalmente con más sake.
Mantener los jardines tradicionales ha sido muy importante. Tokyo, esta enorme, monstruosa y amable megápolis se da el lujo de tener espacios perfectamente sitiados por edificios dentro los que se se halla solaz.
Los brazos de los matsu (pinos) y sus dedos alargados son los primeros en marcar el desorden, en alentar la asimetría. Es difícil aburrirse, desde cada sitio se mira "vistas prestadas" diferentes y reconfortantes. Nunca un jardín japonés dejará de sorprender.

Vengan cuando quieran, podemos dar una vuelta por algunos.


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