Las señales del retorno

Tanto tiempo sin verles. Hora de recuperar tiempo perdido.

Sí, estuve fuera 21 días "horarios" y 23 días "calendario". Las cosas sucedieron de manera que pude ir a abrazar a tantos corazones buenos, a tantos amores entrañables a mi natal Ecuador. De alguna manera, a renovar mis razgos esenciales de llamingo habitante de los páramos del Cotopaxi para ver con mirada nueva el piedemonte del Fuji san.
Al regreso me han llamado la atención varios signos que advierten que ya estoy en Japón, que ya rodié el planeta para llegar aquí, donde nace el sol.
Lo primero: la gente sonríe. Un ecuatoriano tiene complicaciones de distancias y de dinero para evitar pasar por Estados Unidos para venir a Japón. En Estados Unidos hay dos realidades que son altamente visibles. La primera es que todas las autoridades tienen algún grado de certeza de que cualquiera de quines pasamos por la oficina de migración vamos a tratar de destruir su país (tal como su país ha hecho con mucho de los nuestros). Esa paranoia les obliga a medir a los otros con la vara que se miden ellos mismos. De manera que cualquier signo de humanidad se pierde; se establece, en cambio, en cada fila de cada filtro de seguridad, un conflicto entre un inocente que debe utilizar su territorio como tambo, como zona de paso inevitable, y una autoridad que duda de la inocencia de todos (creo que duda también de la inocencia propia). La noticia que aparece en las pantallas de televisión de "Welcome to America" es mentirosa por todas partes. Lo segundo que sucede es que las líneas aéres de Estados Unidos son todo menos un servicio. Es decir, hasta donde yo sabía en los vuelos por avión se establece un contrato en el que la una parte entrega dinero y la otra entrega servicio. El servicio significa ciertas normas de calidad pero, para mala suerte de los millones que nos transportamos en esas líneas aéreas, la sonrisa no es parte de la calidad. Porque no es medible. Porque no se puede ponderar en una hoja de cálculo. Porque el servicio se limita a lo que dice el contrato y el contrato ha eliminado cualquier rastro de una relación entre seres humanos. Entonces, el servicio entendido como negocio provoca lo siguiente: el espacio entre asientos es cada vez menor, la comodidad poco a poco se va quedando en el recuerdo; la comida es verdaderamente mala; las instrucciones a los pasajeros rayan en la grosería; los horarios se cumplen si la línea aérea lo quieres así; no gastan una gota más de gasolina para evitar unas turbulencias molestosas para los pasajeros. Y si alguien quiere quejarse, la respuesta es inútilmente la misma: escriba una carta ¿Derechos de los consumidores?, no sé si exista esa categoría. En fin. Al terminar de usar la línea aérea que me tocó, la que tiene como logotipo una doble a, tenía mucho dolor de nalgas y pero mucho más herida estaba la dignidad.
Apareció, entonces, un signo de que me estaba acercando al Asia (no sé si decir que estaba cerca de salir de Estados Unidos). En el mostrador de Malaysia Airlines todo fue amabilidad. A pesar de ser la parte más larga del vuelo (diez horas y 55 minutos metidos en el avión) el tiempo pasó con más aceite porque la comida estuvo mejor, la distancia entre asientos es mayor, los sobrecargos no dejaron de estar atentos; el dolor de nalgas sí se puede mitigar con el trato amable. Esta fue la primera señal.
El clima de Narita fue bueno con nosotros y el aterrizaje estuvo liviano. La migración rápida, las maletas estaban listas, los sistemas de transporte bien dispuestos. Pero nos olvidamos una maleta en la banda sin fin en donde rotan nuestros olores y nuestras melancolías. Un funcionario del aeropuerto y yo corrimos por aquí, corrimos por allá y en menos de 10 minutos la maleta estaba en mi poder. A nadie se le ocurrió pensar que yo intentaba destruir su país. Segunda señal.
Al día siguiente de llegar fuimos a un restaurante pequeño, dentro de Tokyomidtown, tiene apenas cinco mesas, se especializa en comida para llevar. Inmediatamente nos sirvieron una jarra de té verde, luego una cerveza Suntory y un vaso con jugo de naranja que parece de aquellos en polvo que son promocionados por payasitos. Luego, en la bandeja había pollo cocido al vapor con verduras, arroz con frijoles, esa alimento de un fuccia intenso que parece rábano, sopa de miso y un postre de mochi (arroz molido) con fréjol. El estómago agradeció profundamente haber recibido comida en vez de cosas que hay que meterlas para saciar el hambre y que tienen sabor indefinible. Tercera señal.
No sé que pasaba ese segundo día de llegada, pero la gente andaba engalanada. Vi una mujer vestia con un traje austero negro, medias de nylon también negras y sobre ellas otras medias de lana café. El verano está como queriendo instalarse en Tokio, todavía no es todo lo extenuante que me han contado pero ya está caliente, lo suficiente como para que las medias de lana de la mujer fueran un contrasentido y un recuerdo de que el tokiota se viste como le da la gana. Cuarta señal.
Por alguna razón, hace 21 días que salimos la televisión se había quedado en Tabi Channel, un canal japonés de viajes. Al prenderla, la primera imagen fue la de una serie en la que un gato hace turismo interno en Japón. Es un gato viejo, que casi no se mueve y que tiene, colgada del collar, una maleta. La serie transcurre con largas imágenes del gato en algún lugar representantivo del sitio del que se está hablando, mientras una voz le pone sonido a los pensamientos del gato. Quinta señal.
En fin, ya estoy aquí, ya estamos con Mi Señora y seguimos siendo acariciados con señales que nos hacen acuerdo de que hemos circulado más de 15.000 kilómetros, que en el camino nos maltrataron y que este destino es el punto de partida para volver a andar. Marcos Gordillo, un amigo de quilates, alguna vez me envió un poema de un autor que no recuerdo, pero que en la parte medular dice "...pide que el camino sea largo". Eso pido todos los días, no quiero orilarme en la ruta por soberbia o por desidia, quiero encontrar más rutas y más atajos. Quiero moverme al ritmo que me imponga el universo.

Estoy con ustedes en breve, hay mucho que conversar.

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