El cosplay ancla a tierra la ficción

Les recibo con mucho cariño y con una venia: la cultura japonesa evita el contacto físico y ahora esta es una práctica mundial en contra de la pandemia. Interesante giro de la historia (hay un artículo en este bitácora sobre las venias, ve por él).

Cosplay. Inui Tatsumi dirige un portal de internet llamado Cure, desde 2004. En este sitio, los cosplayers publicaban sus fotos e interactúan desde hace mucho tiempo, bastante antes que fueran populares las redes sociales. Hoy tiene más de un millón de usuarios, unidos por la fascinación de volver reales a personajes que viven en el universo infinito de la ficción.

Un grupo de cosplayer en plena actuación. Foto: Micaela Samaniego

El cosplay es, además, universal. En la Cumbre Mundial de Cosplay (2019) fue finalista el equipo chileno y ganó el australiano, sin embargo, se atribuye al Japón el haber llevado esta expresión a otro nivel, el del arte o de un estilo de vida.

Si bien esta práctica es cada vez más amplia, hay poco conocimiento general de qué discursos se puede defender detrás de personas cuya pasión es convertirse en seres inexistentes y actuar como ellos, en una exploración permanente hacia la perfección.

Cosplay es un acrónimo que se compone de dos palabras del inglés: costume, traducido al español como disfraz o vestuario; y, play, de jugar. Es útil la explicación literal pero limitante, uno de los calificativos peyorativos contra los que más luchan los actores de esta subcultura es la idea simple de que están jugando a los disfraces.

Cosplayer en el santuario de Takao. Foto: Álvaro Samaniego


La palabra cosplay fue utilizada por primera vez en 1984, sin embargo de que la práctica se remonta a la década de los setenta. Para ponerlo claro, disfrazarse es una costumbre muy antigua, ser cosplayer es reciente. «Aunque el boom del cosplay por primera vez en Japón tuvo lugar entre la segunda mitad de la década de 1980 y la primera mitad de la década de 1990, no llegó a ser un fenómeno mundial hasta la segunda mitad de los noventa gracias a Neon Genesis Evangelion (aquí está el artículo), serie que hizo que el número de personas que hacían cosplay de «Eva» se disparara a nivel nacional e internacional. Posteriormente han sido series como Naruto, One Piece y Bleach», escribió Inui Tatsumi en un artículo publicado en el portal nippon.com.

Es decir, Tatsumi establece, sin decirlo literalmente, una relación indisoluble entre el cosplay y otras artes de la cultura popular japonesa, como el ánime y el manga (adéntrate en el manga siguiendo esta ruta).

Japón tiene alrededor de un siglo de tradición del manga, historias contadas a través de dibujos (los popularmente conocidos cómic), por décadas autores han creado relatos llenos de personajes de fantasía que habitaban mundos ficticios sin límites. Luego, esas historias fueron convertidas en imágenes en movimiento para cine o televisión y apareció el anime. Paralelamente, se desarrollaron también los juegos de video y las películas de efectos especiales, tras ellos nació la cultura otaku, que se refiere a los fanáticos, en ocasiones obsesivos, de estas expresiones culturales. Y tras los otaku aparecieron quienes quisieron encarnar a los personajes de esa prolífica producción cultural.

Santuario de Washinomiya. Foto: Álvaro Samaniego

Las expresiones japonesas ya dichas, vale decir, han sido fieles en incorporar aspectos de la realidad de su país. Va un ejemplo: el manga Lucky Star cuenta la historia de cuatro estudiantes de colegio; el padre de una de ellas es un monje de un templo budista, que el autor tomó de un pueblo al norte de Tokio, llamado Washinomiya. Este templo es un lugar de peregrinación para los fanáticos del manga y, evidentemente, la mayoría lo visitan con su cosplay. De manera que Japón hace gala de solidez de su identidad, explicada a través de la integración de varias expresiones alrededor de un visión cultural unitaria.

En esta relación se establece una cadena de decisiones estéticas que culminan en una expresión esencial potente. El mangaka (escritor de manga), el creador de un videojuego o el director de un ánime o una película crean sus personajes, a los que les dotan de característica de personalidad y de una apariencia física (que incluye los rasgos corporales, armas, abalorios, trajes, calzado, joyas o todo aquello que el personaje merezca llevar) y los colocan en unos casos en un mundo real, en otros en uno inspirado en la realidad o, en unos más, existente y fuera de las galaxias conocidas.

El cosplayer descubre en alguno de estos personajes alguien quien representa sus valores, sus gustos, su estética, sus maneras, algo con lo que se identifica. Y decide darle corporeidad al personaje, independientemente que sea una dulce estudiante de secundaria, un extraterrestre, un monstruo creado por la radioactividad o un samurái del futuro.

En el Japón hay espacio para cualquier manifestación cultural de sus más de 120 millones de habitantes: para los fanáticos de los personajes aterradores de la mitología local, los cultores del rock de los sesenta, quienes siguen la manera de vestir de las californianas, tanto como observadores de aves o expertos en la cata de ramen. De ahí que es natural que quienes practican el arte del cosplay se junten y lo hagan alrededor de códigos aceptados voluntariamente (no hay reglas). Algunos de sus principios son que, de ser posible, el cosplayer debe fabricar su traje, no comprarlo; las fotografías no pueden tener intención sexual; vestirse como un personaje está bien, pero ha de actuar como tal; tan importante es su realización como la de los demás; el espíritu de competencia se redime ante la necesidad de la solidaridad; el camino de la perfección del cosplay es ser cada vez más el personaje escogido. Las normas tratan de garantizar que la visita de los seres de ficción a la realidad sea placentera

De comportamientos y efectos


Los japoneses están habituados y, en general, alientan la práctica del cosplay, porque representa un imaginario nacional (hay más de tres generaciones formadas con influencia del manga y por lo menos dos del anime, los juegos de video y el cine de efectos especiales). Pero los extranjeros que visitan el archipiélago no suelen ver a superhéroes en las calles de sus países y prefieren ser sarcásticos al comentar la presencia ordinaria de personajes fantásticos estampados en la cotidianidad.

Uno de los comentarios más comunes es que quienes lo practican sufren del Síndrome de Peter Pan, atribuido a las personas que no se atreven a dejar su niñez; pero, no es el caso, no lo hacen por jugar como niños sino por representar un personaje de manera responsable.

Una pareja fotografiada en la isla de Odaiba, Foto: Álvaro Samaniego

Dicen, también, que es un juego de roles, en el que adoptan personalidades diferentes para esconder las debilidades propias, argumento que también es desechado en la medida en que un cosplayer no busca que su disfraz sea un espejo de sus carencias o sus apetencias. Es lo contrario, una persona normal se transforma en el reflejo de un ser fantástico.

Y, luego, quien no se ha detenido a ver con interés relacionará a un cultor del cosplay con quienes se disfrazan para el cachondeo del carnaval. “Los primeros (cosplayers) quieren interpretar a la perfección a un personaje de anime o manga, y los segundos son personas que quieren parecer “monas” (kawaii) para divertirse de forma casual en una fiesta”. En definitiva, los unos personifican a su héroe, los segundos se disfrazan.

“El hacer cosplay va más allá de ponerse una capa o una máscara: el cosplayer actúa como el personaje del cual está disfrazado. Pueden ser pequeños gestos, risas, gritos o simplemente poses; mientras que una Gatúbela de Halloween está feliz tomándose una cerveza, bailando o contando chistes, la Gatúbela cosplayer va a intentar pasar más tiempo pegando arañazos al aire, moviéndose felinamente y quizás recitando alguna línea de la película, ella habrá analizado a su personaje y se convertirá en ella sin salir de su rol. Por eso disfrazarte de rollo de sushi no es cosplay. A menos claro de que no te muevas y dejes que alguien te coma… Pero sería raro», publicó el sitio web http://heroespop.com.

La anterior descripción sirve para volver sobre la cultura popular japonesa. Es decir, en las películas de Hollywood, más que en los cómic de Marvel, el hombre araña tiene diferentes personalidades conforme la intención de los diversos protagonistas de la saga de películas y eso puede complicar una suplantación fiel. Por el contrario, una de las más representadas, Ayanami Rei, de Evangelion (anime japonés formado por una serie de 26 capítulos y cuatro largometrajes) tiene una personalidad sólida y clara. Un cosplay sabe a qué atenerse.

Alrededor de estas certezas, algunos estudios han afirmado, más bien, que cultivar el cosplay trae beneficios sicológicos y sociales. Hay una evidente ruptura de la rutina y un atentado a la horizontalidad de la realidad, que será mayor mientras más se venza el desafío de perfeccionar a su personaje. Es, está demás decirlo, una terapia útil contra la timidez; anula pensamientos negativos y posibilita una integración beneficiosa a un grupo con intereses similares, con quienes se trabaja por un bien común.

Los aprendices de cosplayers abordarán con entusiasmo el desafío propuesto, mirarán muchos manuales en plataformas de video para aprender los principales trucos, pues normalmente deberá confeccionar el atuendo de su personaje. Y todos los accesorios. Además, se le transmitirá algunos principios de buena convivencia. Cuando se reúnan con otros, un sábado por la tarde o durante una convención, expondrán su trabajo ante otros más experimentados, quienes le alentarán a seguir perfeccionando el trabajo. Poco a poco el cosplay será una preocupación que ocupe más espacio en su vida, con preguntas tan triviales como si compra o elabora un vestuario, o tan complejas como la materia prima para fabricar un espada verosímil.

Un estudio realizado por China Research and Intelligence (CRI), reportado por el diario argentino El Clarín, informa que en 2017 el gasto en disfraces y pelucas ascendió a algo más de 17 mil millones de dólares, en los que se incluye, además, cosméticos y telas para elaborar atuendos. Esta cifra no toma en cuenta otros costos como las entradas a eventos especializados, costo del –indispensable por cierto- portafolio fotográfico o los gastos de viajes a eventos.

Quienes adquieren más experiencia superan la fase del pasatiempo y lo convierten en un estilo de vida. Asisten regularmente a eventos, el trabajo «formal» sirve para financiar su pasión, publican regularmente información en las redes sociales y gozan de cierta fama. Están relacionados con otros con quienes se establece una relación de intercambio beneficioso: alguien resuelve un problema de costura de su amiga quien se compromete a hacer una sesión fotográfica.

En una nivel superior están los que se han convertido en ídolos, con quienes todos quieren tomarse fotos, y que pueden vivir de las ganancias de actividades relacionadas. Los ídolos son capaces de bordar trajes perfectos por encargo, elaborar los accesorios, mantener cuentas de redes sociales, promocionar productos, hacer sesiones de fotos y, claro, ser las estrellas de los principales encuentros. En Japón hay entre diez y doce eventos cosplay cada mes.

La cultura pop en Japón tiene varias décadas.
Foto de Álvaro Samaniego

La que está en la cima es la Cumbre Mundial de Cosplay (WCS, iniciales de Word Cosplay Summit) que, en su última versión, reunió a 40 clasificado de países o regiones del mundo, y a alrededor de 300.000 fanáticos.

En la declaración oficial, los directivos de este evento global han advertido que el objetivo es promover las relaciones internacionales a través de la cultura popular japonesa. Tienen un singular sentimiento de propiedad de la subcultura cosplay, al punto que tres ministerios integran el comité directivo, el de Relaciones Exteriores a la cabeza. Su propósito es lograr que Japón sea considerada «la tierra santa de la cultura pop», un propósito ambicioso en un mundo que adopta con diligencia esta expresión cultural.

Las psicólogas Robin S. Rosenberg y Andrea Letamendi desarrollaron el estudio «Expressions of Fandom: Findings from a Psychological Survey of Cosplay and Costume Wear» en 2012, con 198 participantes de varios países de América. El 65 % se identificaron como mujeres, mientras que en Japón la plataforma Cure tiene un 90 % de integrantes mujeres. Estos porcentajes están cambiando muy rápidamente, pero que el cosplay sea dominado por las mujeres es el resultado de la combinación de lo geek con la moda, que es estereotipado como femenino. Las otras conclusiones del estudio son que la edad promedio es de 28 años. Además, el 51 % de las personas ejercen el cosplay por diversión, mientras que el 38 % es por amor al personaje y el 36 % lo ven como un medio de expresar creatividad.

Cítrica Limonera es la firma del ensayo «La comunidad friki y el mundo del cosplay desde una perspectiva sociológica» (Parte V), publicado en el sitio virtualgamer.es. De este estudio se rescata la afirmación realizada por Barbar Ayuso, de diario El País (España), quien escribió que «La globalización de internet ha jugado un papel determinante en el boom de este fenómeno, así como la popularización de sagas de videojuegos y cómics que han dinamitado las barreras generacionales». El boom ha significado que cada vez haya más curiosos por el cosplay, pero también más fanáticos. «El cosplay lidia con la compleja relación entre el fan y el personaje, y es un ejemplo clásico de cómo los fans logran la ficción en la vida real y se identifican con el personaje, proporcionándonos un entendimiento de la constitución de la identidad del fan. A través del proceso de la construcción del cosplay, llevándolo y actuando con él, el fan crea una identidad ficticia para sí mismo y la vive», lo ha dicho Debapriya Choudhury (citado en el mismo ensayo).

Andrew McKirdy, redactor de Japan Times, refirió, en un artículo, la historia de la cosplayer Saki. La joven defendió la pureza de la actividad y el compromiso con lo accesorio, tanto como con lo sustancial. Saki, que es diestra, tomó un alimento con la mano izquierda y se lo llevó a la boca. «El personaje es zurdo, por lo que sería extraño comer con la mano derecha cuando estoy vestida así», dijo. «Me he tomado la molestia de disfrazarme así, si mi verdadero yo comenzara a mostrarse, sería como si no estuviera tratando de sumergirme completamente en el personaje», relató al Japan Times.

«El respeto por el personaje no se trata tanto de la precisión como de la pasión», ha explicado Inui Tatsumi, quien también ha sido juez de concursos. Hace poco, calificó a los aspirantes encarnando al personaje Fate, de la obra Grand Order Shakespeare. «¿Cuánto ama el cosplayer a este personaje?  Puedes sentir eso por la forma en que se expresan».

El cosplay es un universo ficticio de pertenencia, colaboración y creatividad, que no discrimina edad, etnia, cuerpo o género. Es casi un idioma global.

En este este vínculo pueden mirar un video independiente de la última Cumbre Mundial de Cosplay 2019.
En este otro hay un ejercicio de comparar a personajes de ánime con sus cosplayers.
Y, datos abundantes en la Wiki Cosplay:

Luego de hablar del manga y cosplay, va llegando el momento de abordar lo que hay detrás del término otaku. Pronto estaremos con esto. Mientras, sigan saludando con un venia, ¡mantengan la distancia!

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